ANTOLOGÍA MÓDULO II
DESARROLLO DE COMPETENCIAS AFECTIVAS EN EDUCACIÓN BÁSICA
CONTENIDO
DESARROLLO DE COMPETENCIAS AFECTIVAS EDUCACIÓN INFANTIL……………………………………………......................………2
¿QUÉ ES EL AFECTO?................................................................................10
EL AFECTO… NECESIDAD PRIMARIA DEL SER HUMANO………..16
DÉFICIT AFECTIVO: CAUSA DE ENFERMEDAD…………………..... 29
EDUCACIÓN AFECTIVO SEXUAL……………………………………...48
RELACIONES AFECTIVAS EN LA EDUCACIÓN…………………...…52
RELACIONES LLENAS DE AMISTAD Y COMPRENSIÓN…………....55
Desarrollo de Competencias Afectivas en Educación Infantil
Autoras: Elizabeth Fodor, Andrea Moleres, Montserrat Morán y Lolita Terol
Desde el campo de la educación entendemos como competencias el conjunto de capacidades que incluye conocimientos, actitudes, habilidades y destrezas que una persona logra mediante procesos de aprendizaje y que se manifiestan en su desempeño en situaciones y contextos diversos y hacen eficaces a las personas en una determinada situación para resolver problemas.
La Educación Infantil contribuye a desarrollar en las niñas y niños las capacidades (o competencias) que les permitirán:
- Conocer su propio cuerpo y el de los otros, sus posibilidades de acción y aprender a respetar las diferencias.
- Observar y explorar su entorno familiar, natural y social.
- Adquirir progresivamente autonomía en sus actividades habituales.
- Desarrollar sus capacidades afectivas.
- Relacionarse con los demás y adquirir progresivamente pautas elementales de convivencia y relación social, así como ejercitarse en la resolución pacífica de conflictos.(no a la ley del más fuerte)
- Desarrollar habilidades comunicativas en diferentes lenguajes y formas de expresión.
- El estar en movimiento y el desarrollo del conocimiento espacial para dar paso al inicio en las habilidades lógico-matemáticas, en la lecto-escritura y en el movimiento, el gesto y el ritmo.
- Desarrollar la capacidad del autoestímulo para ayudar al establecimiento de la autoestima la cual establece sus bases en la primera infancia. El autoestímulo está relacionado con el área emocional, la afectividad y los vínculos.
Creemos que para que los niños puedan desarrollar sus competencias necesitan:
- Amor, alimento, abrigo, higiene.
- Padres que participen activamente en el proceso de desarrollo de las competencias para no entorpecer la tarea que realizan los docentes, debido a otros criterios o valores en cuanto a la educación.
- Jugar.
- Profesionales que sepan llegar a los padres utilizando nuevas estrategias que estén más cerca de ellos.
- Hemos extraído de nuestro proyecto educativo cómo trabajamos las competencias clave para la prevención del fracaso escolar y la violencia infantil: la evolución de la posición de la mano, el desarrollo de la percepción viso-espacial, la capacidad de concentración y la atención sostenida y el autoestímulo.
Desde la experiencia educativa que aquí presentamos, queremos hacer hincapié en la importancia del aspecto emocional y afectivo de las competencias, y la importancia de redescubrir el funcionamiento de la naturaleza humana (utilizando las últimas investigaciones científicas) para implantarlo en la educación infantil.
En nuestro trabajo educativo, incluimos la participación activa de las familias desde la cuna, cuando es posible –hasta los 3 años- participando activamente en el aula, y cuando no es posible, participando activamente en casa.
Desde el centro educativo arropamos a las familias, proporcionándoles la formación e información adecuadas sobre el desarrollo evolutivo de sus hijos y cuáles son los juegos y estímulos adecuados a cada edad. De esta forma, el niño recibe una propuesta educativa coherente y cohesionada desde la escuela infantil y desde casa.
¿Por qué desde la cuna y por qué la presencia de los padres?
Hemos tenido en cuenta la importancia de los vínculos afectivos que establecen los niños, para un adecuado desarrollo físico, mental y afectivo. Según investigaciones del Centro de estudios Neurocientíficos y económicos de California, la “explosión bioquímica” del apego se produce desde la cuna (inclusive con anterioridad) y moldea el cerebro, influyendo en la vida adulta.
La oxitocina, vasopresina y otras hormonas generadas por el propio cuerpo y que actúan en las áreas cerebrales que intervienen en la capacidad de amar, en la generosidad y en la confianza influyen en la capacidad de convivir en sociedad y en familia de una manera amable, amena y pacífica.
De este modo, pretendemos conseguir una generación pacífica, entusiasta y alegre, que es la mejor prevención contra el fracaso escolar y la violencia infantil.
Esta visión educativa requiere, a su vez, que los educadores infantiles tengan desarrolladas determinadas competencias profesionales que les permitirán acompañar adecuadamente a los niños y a sus familias en su proceso de aprendizaje de competencias.
Por último, destacar que como eje vertebrador de nuestra propuesta educativa utilizamos el juego, que es el trabajo del niño
Desarrollo de competencias afectivas durante la primera infancia lunes, 12 de noviembre de 2007 .
El desarrollo integral de los seres humanos promovido desde la escuela cada vez cobra mayor importancia. En la sociedad moderna es común encontrar que los profesores remplazan a los padres en la formación afectiva de los niños y esta labor comienza en el preescolar.
En los seres humanos el aspecto psicológico es motivo de reflexión generalmente hasta cuando se tiene un problema; es decir, no solemos pensar en este aspecto a menos que suframos o nos preocupemos por algún motivo. Sin embargo, nuestra situación psicológica es un delicado balance entre diferentes aspectos, por lo que lo idea es mantener una mente "estable, autodeterminada y con principios claros", además de estar al tanto de cómo esta cambia y evoluciona.
La falta de desarrollo afectivo en el hogar crea un alto grado de soledad en los niños y reducidas oportunidades de desarrollar su afectividad.
Conceptos que en otra época se popularizaron como "madurez", "simpatía", "amor propio", "carisma" y "éxito social", entre otros, hoy en día son reconocidos por especialistas en psicología como "competencias afectivas" y su estudio ha llevado a la inevitable reflexión de cómo la escuela influye en el desarrollo afectivo de las personas.
Es claro que el antiguo paradigma se ha roto: antes, la familia formaba en valores y desarrollaba la afectividad y la escuela estaba encargada de dar conocimientos. La crianza estaba en manos de los padres: el padre trabajaba fuera de casa y la madre se encargaba del cuidado de los niños, los roles estaban bien definidos y los pequeños llegaban al colegio después de los cinco años de edad cuando, como dice Fernando Savater, "ya estaban domesticados", es decir, contaban con principios básicos sobre sí mismos y la vida en comunidad frente a sus iguales y a figuras de autoridad, conocían las rutinas establecidas, los valores personales y sociales, etc.
Ahora con las madres trabajadoras que pasan todo el día fuera del hogar y no se pueden dedicar exclusivamente a la crianza, la desintegración de las familias por diversos motivos como divorcios, familias monoparentales, entre otros, está muy cerca de convertirse en un común denominador. La escuela recibe niños desde muy temprana edad que no han tenido hermanos, no tienen tiempo con sus padres y no han recibido formación en valores y rutinas personales y sociales, así que es responsabilidad de las instituciones educativas cumplir con ciertas funciones que antes eran exclusivas de los padres.
Lo anterior sumado a los nuevos conceptos de igualdad, libertad y autoridad, donde el niño o el joven puede reclamar derechos, a la influencia de los medios de comunicación y a la modernización de las costumbres, configura una sociedad con niños en alto grado de soledad, reducidas oportunidades de desarrollar su afectividad y sin una mayor figura de autoridad a la cual respetar y seguir. De ahí la importancia de la escuela en lo que se ha llamado el desarrollo integral del individuo, que necesariamente pasa por las competencias afectivas.
El concepto en primera infancia
Las competencias afectivas han sido definidas como aquellas que nos permiten vincularnos con nosotros mismos (competencias intrapersonales), con los otros (competencias interpersonales) y en los grupos (competencias sociogrupales).
Las competencias intrapersonales generan una relación apropiada con nosotros mismos y nos permiten el autocontrol y el dominio de emociones y conductas, el autoconocimiento para saber quiénes somos y cómo somos y la autovaloración para formular juicios de valor acerca de nosotros mismos. Las competencias interpersonales nos facilitan querer, conocer e interactuar con otros, al entender cómo funcionan los mecanismos propios y los de los demás. Las competencias sociogrupales, como conocer, liderar y valorar grupos, determinan el nivel de integración social que logramos.
Estas competencias se comienzan a desarrollar desde el vientre materno y luego del nacimiento están asociadas al contacto físico. Juan Sebastián de Zubiría, director de Red Afectiva, un proyecto de la Fundación Internacional de Pedagogía Conceptual Alberto Merani, afirma que en los dos primeros años de edad se dan las bases para construir las competencias afectivas a nivel fisiológico "con la maduración de ciertas áreas del cerebro" y que hacia los cuatro o cinco años empieza el trabajo humano: "entonces es importante inculcar hábitos como vestirse, bañarse, hacer silencio en la mesa, comer, dormir y despertarse siempre a las mismas horas. Esto fortalece el aspecto intrapersonal y el niño comienza a conocerse a sí mismo, lo cual está muy asociado a lo que escucha que otros dicen de él. También en el trato con otros comienza a interiorizar normas, con relaciones distintas entre niños, sus iguales, y adultos".
Zubiría asegura que la sociedad postmoderna desea que los niños sean felices pero la felicidad no puede ser ilimitada: "hay que restringirlos, que no hagan lo que les da la gana: esto es apostar a largo plazo, ordenar al niño".
Una investigación realizada por Red Afectiva en la que participaron 6.000 estudiantes colombianos en edades de 4 a 12 años, en el año 2005, mostró que 56% de esta población tiene incompetencias afectivas y que más del 66% tiene serias dificultades para establecer vínculos fuertes con sus tutores afectivos (padre, madre, abuelos, docentes, etc.), ya que los conocen poco, las interacciones son escasas y poco profundas y, por lo mismo, la valoración es deficiente, presentando de esta manera los primeros indicios de soledad en la infancia, que se acentúan más adelante en la adolescencia.
Otras investigaciones de esta institución mostraron que 55% de los niños no tienen buenas relaciones con su familia, que más del 35% de los niños menores de cinco años tienen un vínculo flojo con su madre y que en los últimos cinco años este porcentaje ha aumentado de manera preocupante.
Las incompetencias afectivas se manifiestan con rebeldía, agresividad, apatía, aburrimiento, depresión y ansiedad: "el niño se come las uñas, mueve constantemente las piernas o alguna parte del cuerpo, le sudan las manos. Además le falta motivación, es muy tímido, se le nota retraído y solitario; en el aspecto intrapersonal, no tiene horarios, no hace juicios sobre sí mismo y su autoestima es baja", sostiene Zubiría.
En cambio, un niño con competencias afectivas es buen amigo, seguro, emprendedor, entusiasta, tiene buen autocontrol y no muestra comportamientos adictivos, entendiendo estos como aquellos conducentes a obtener placer instantáneo sin realizar mayor esfuerzo.
En la escuela
Diversos estudios han comprobado que el rendimiento académico se encuentra directamente ligado a la situación afectiva por la cual atraviesa el estudiante. En Estados Unidos se encontró que en 48% de los estudiantes con bajo nivel académico la causa exclusiva era un problema afectivo, y en Chile que el 70% de los argumentos que daban los alumnos para explicar su rendimiento académico eran declaraciones que comenzaban con "en el colegio me siento...", esto demuestra cómo los límites entre estabilidad afectiva y rendimiento escolar se unen en el ambiente escolar, donde incide principalmente lo que el estudiante siente.
Ahora bien, ¿cómo identificar que el niño está atravesando problemas afectivos? Si el docente, dice Zubiría, nota que el desempeño académico del niño ha bajado y que además está apático, desinteresado, irascible, aislado o ansioso, o que tiene demasiado estrés en las evaluaciones o reacciona con llanto en cualquier momento, puede estar seguro de que su alumno atraviesa por una crisis afectiva y debe establecer una estrategia para intentar solucionar la situación.
En situaciones normales se ha comprobado que para un niño su autopercepción como alumno está íntimamente relacionado con el vínculo afectivo que tiene con el maestro más que con sus compañeros. De ahí la importancia de ser un docente que se quede en la memoria de los estudiantes por su excelente labor formadora a nivel cognitivo y afectivo, pues si bien es cierto que resulta fundamental que los alumnos aprendan matemáticas, ciencias, lenguaje y sociales, es igualmente importante que aprendan a tomar decisiones sobre su futuro, a controlar emociones, a ser asertivos, a ser conscientes de las necesidades de otros y capaces de interactuar con ellos, todo lo cual puede ser estimulado por un buen docente.
En la educación de primera infancia, para desarrollar las competencias afectivas, Zubiría recomienda a los maestros "crear hábitos en los niños y frenar comportamientos en contra de otros o de sí mismos, como agresiones, falta de solidaridad, egoísmo, alta o baja autoestima, irreverencia y rebeldía".
Formadores más que maestros
Ante el panorama descrito anteriormente surge la pregunta de si la escuela es o no el lugar para desarrollar las competencias afectivas. Al respecto, autoridades y especialistas dicen que el seno del hogar es el espacio más adecuado para desarrollar afectivamente al niño y que la escuela debería ser un lugar para reforzar y seguir desarrollando las competencias afectivas, sobre todo las socio-grupales e interpersonales.
Sin embargo, en el contexto histórico que vivimos, con la familia tradicional a punto de desaparecer, la labor está siendo dejada por los padres y por lo tanto ha debido ser asumida por la escuela, ya que es el sitio donde los niños pasan gran parte de su tiempo. Ya con esa responsabilidad "ineludible, dadas las circunstancias", la escuela debe convertirse en un centro de formación, donde se conjugue un sistema educativo para el conocimiento con un sistema formativo para la vida. "Si las instituciones educativas logran conjugar esos dos sistemas, podrían hacer una buena labor. Si somos capaces de lograr una educación cognitiva y afectiva eficaz, estaremos formando personas de bien, listas para asumir los retos del mundo de hoy", sostiene Zubiría.
La labor no es nada fácil y menos cuando en muchos casos los docentes no cuentan con el apoyo de la familia. No obstante, las instituciones educativas pueden comenzar por incorporar en su currículo la formación afectiva, que al menos exista un espacio dirigido intencionalmente a ello. Aquellas que ya están utilizando la pedagogía afectiva tienen un PEI orientado a la formación del individuo, tienden a prestar un servicio educativo personalizado, a mantener una alta cercanía de directivos y docentes con los padres y a no preocuparse excesivamente por criterios académicos.
Las alternativas para desarrollar la pedagogía afectiva son diversas y varias de ellas son ofrecidas en Colombia por Red Afectiva, entidad a la que pueden vincularse las instituciones educativas para recibir información, capacitación con cursos y talleres, así como análisis de las competencias afectivas en sus estudiantes y guías metodológicas para mejorar este aspecto.
Recomendaciones
Los investigadores y profesionales de Red Afectiva han creado herramientas para desarrollar el componente afectivo y favorecer el desarrollo de competencias afectivas de los estudiantes en las instituciones educativas. A continuación algunas pautas.
A nivel interpersonal
Teniendo en cuenta que el desarrollo de competencias interpersonales implica conocimiento del otro, valoración e interacción, deben propiciarse actividades para elevar estos niveles particulares:
- Como docente, preocúpese por conocer aspectos personales de sus estudiantes y permita que ellos conozcan algunos aspectos suyos. Así mismo, genere espacios en los que sus estudiantes intercambien sus gustos, proyecciones, preocupaciones, entre otros.
- Proponga actividades en el aula con propósitos claros en los que sean necesarios los aportes articulados de cada integrante para el funcionamiento óptimo del sistema.
El desarrollo de competencias interpersonales aporta significativamente a la felicidad y el bienestar de los seres humanos. Si desde pequeños se invierten esfuerzos y espacios significativos para elevar los niveles de autoconocimiento, autoadministración y autovaloración, los resultados en la construcción personal y social serán positivos, significativos y duraderos.
- Establezca normas que permitan generar en el alumno hábitos de orden y cuidado de sus objetos personales, útiles escolares y presentación personal.
- Dé un valor muy importante al cumplimiento de los horarios establecidos en la institución.
- Destine espacios para el reconocimiento de los talentos en las diferentes disciplinas en las que se desenvuelve el estudiante. Es muy importante que conozcan (autoconocimiento) cuáles son sus destrezas e intereses en las diferentes áreas. Esto les permitirá hacer un mapa más claro de quiénes son.
Ubicado en el Centro Campestre La Esperanza (en La Calera, Cundinamarca), allí en medio de un espacio ecológico y apartado de la tecnología los muchachos realizan actividades propias de la vida en comunidad, con un ejercicio guiado de reflexión en torno al proyecto de vida.
Con horarios, responsabilidad y funciones claras y precisas, los jóvenes pasan por tres talleres, el último de los cuales es de inmersión total, ya que viven en el centro durante uno o varios meses con Juan Sebastián de Zubiría, el director del centro, apoyado por dos profesionales en humanidades.
¿Qué es el afecto?
M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles.
Aproximación al afecto
En general se suele identificar el afecto con la emoción, pero, en realidad, son fenómenos muy distintos aunque, sin duda, están relacionados entre sí. Mientras que la emoción es una respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia que ofrece cada situación (véase ¿Qué es la emoción?), el afecto es un proceso de interacción social entre dos o más organismos.
Del uso que hacemos de la palabra 'afecto' en la vida cotidiana, se puede inferir que el afecto es algo que puede darse a otro. Decimos que "damos afecto" o que "recibimos afecto". Así, parece que el afecto debe ser algo que se puede proporcionar y recibir. Por el contrario, las emociones ni se dan ni se quitan, sólo se experimentan en uno mismo. Las emociones describen y valoran el estado de bienestar (probabilidad de supervivencia) en el que nos encontramos.
Solemos describir nuestro estado emocional a través de expresiones como "me siento cansado" o "siento una gran alegría", mientras que describimos los procesos afectivos como "me da cariño" o "le doy mucha seguridad". En general, no decimos "me da emoción" o "me da sentimiento" y sí decimos "me da afecto". Además, cuando utilizamos la palabra 'emoción' en relación con otra persona, entonces decimos "fulanito me emociona" o "fulanito me produce tal o cual emoción". En ambos casos, se alude básicamente a un proceso interno más que a una transmisión. Parece que una diferencia fundamental entre emoción y afecto es que la emoción es algo que se produce dentro del organismo, mientras que el afecto es algo que fluye y se traslada de una persona a otra.
A diferencia de las emociones, el afecto es algo que puede almacenarse (acumularse). Utilizamos, por ejemplo, la expresión "cargar baterías" en vacaciones, para referirnos a la mejoría de nuestra disposición para atender a nuestros hijos, amigos, clientes, alumnos, compañeros, etc. Lo que significa que en determinadas circunstancias, almacenamos una mayor capacidad de afecto que podemos dar a los demás. Parece que el afecto es un fenómeno como la masa o la energía, que puede almacenarse y trasladarse.
Por otra parte, nuestra experiencia nos enseña que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Cuidar, ayudar, comprender, etc., a otra persona no puede realizarse sin esfuerzo. A veces, no nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo, la ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para proporcionarle bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos experimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realizamos para proporcionar bienestar al otro.
Por ejemplo, cuidar a alguien que está enfermo requiere un esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto. Tratar de agradar a otro, respetar su libertad, alegrarle con un regalo, etc., son acciones que requieren un esfuerzo y todas ellas son formas distintas de proporcionar afecto.
Ahora bien, a pesar de las diferencias, el afecto está íntimamente ligado a las emociones, ya que pueden utilizarse términos semejantes para expresar una emoción o un afecto. Así decimos: "me siento muy seguro" (emoción) o bien "me da mucha seguridad" (afecto). Parece, pues, que designamos el afecto recibido por la emoción particular que nos produce.
Por último, todos estamos de acuerdo en que el afecto es algo esencial en los humanos. No oiremos ninguna opinión que niegue la necesidad de afecto que todos los seres humanos tenemos. En este sentido, todos tenemos la sensación que la especie humana necesita una gran cantidad de afecto contrariamente a otras especies, como los gatos o las serpientes. Esta necesidad se acentúa al máximo en ciertas circunstancias, por ejemplo, en la infancia y en la enfermedad.
En resumen, nuestro conocimiento del afecto nos permite señalar algunas características claras:
- El afecto es algo que fluye entre las personas, algo que se da y se recibe.
- Proporcionar afecto es algo que requiere esfuerzo
- El afecto es algo esencial para la especie humana, en especial en la niñez y en la enfermedad.
Pero ahora nos queda por decir qué es ese algo al que llamamos afecto y que tiene, entre otras, las propiedades que hemos visto.
Afecto como ayuda social
El conjunto de los seres vivos puede dividirse en especies sociales y asociales. Se entiende por especies asociales aquellas cuyos individuos no necesitan, en ninguna ocasión, la colaboración de otros individuos de su misma especie para sobrevivir. Esto significa que los recursos que un individuo de una especie asocial necesita los puede obtener por sí mismo. Existe un gran número de especies asociales, como puedan ser el mosquito o la zarzamora.
Por el contrario, las especies sociales son aquellas que, por lo menos en algún período de su vida, necesitan ineludiblemente la colaboración de otros miembros de su misma especie para sobrevivir. Un individuo social no puede obtener por sí mismo todos los recursos que necesita para sobrevivir. Para ello, necesita la ayuda y la colaboración de sus congéneres. El hecho social es, pues, el resultado de la necesidad del otro para la supervivencia o, lo que es lo mismo, de la dependencia de los demás para obtener los recursos necesarios para sobrevivir. La cooperación social constituye una necesidad para todas aquellas especies que denominamos sociales. Sin ayuda social, sin la cooperación de los demás, un individuo de una especie social no puede sobrevivir.
Existe un gran número de especies sociales con grados muy distintos de necesidad y organización social. Muchas especies sólo son sociales durante una parte de su vida (normalmente mientras son crías) para luego convertirse en individuos solitarios. El oso, por ejemplo, es una especie social sólo en los pocos años en los que la cría necesita la ayuda de su madre para sobrevivir. Luego, cuando la madre lo abandona, el oso vivirá en completa soledad, a excepción de los encuentros inevitables con otros osos, que siempre son más o menos agresivos.
Otras especies son sociales durante toda su vida. Especies como las hormigas, los leones o los hombres son altamente sociales, ya que no pueden sobrevivir sin la colaboración y la ayuda de otros individuos de su misma especie. Por supuesto, el grado de complejidad y necesidad social varía mucho de una especie a otra. Dentro de los mamíferos, la especie más social es, sin duda, el hombre. Esto quiere decir que un hombre no puede sobrevivir solo, sin la colaboración directa e indirecta de otros hombres. Desde que nace, el hombre necesita constantemente la colaboración de sus congéneres. Por supuesto, esta dependencia social tiene sus beneficios ya que, gracias a la colaboración, el grupo se hace más fuerte y el individuo tiene más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.
Cuando decimos habitualmente que el ser humano necesita afecto para su bienestar, nos estamos refiriendo, en realidad, al hecho de que necesita la ayuda y la cooperación de otros seres humanos para sobrevivir. Es decir, la necesidad de ayuda social la expresamos como necesidad de afecto o necesidad afectiva. De ahí que el afecto sea considerado algo esencial en la vida de todo ser humano. Dar afecto significa ayudar al otro, procurar su bienestar y su supervivencia. Efectivamente, el afecto, entendido como ayuda o cooperación para la supervivencia
Afecto como trabajo no remunerado en beneficio de los demás.
Pero, para ayudar realmente a otra persona hay que realizar algún tipo de trabajo en su beneficio y es por ello que proporcionar afecto requiere un esfuerzo. La verdadera naturaleza del afecto consiste en la capacidad de cada individuo para realizar un esfuerzo o trabajo en beneficio de los demás. Proporcionamos afecto cuando realizamos un trabajo concreto en beneficio de la supervivencia de otra persona u otro ser vivo.
Por supuesto, existen muchísimas formas de proporcionar afecto ya que una persona puede realizar trabajos muy diversos que sean en beneficio de los demás.
Fundamentalmente se pueden distinguir dos tipos de trabajo: el trabajo muscular y el trabajo cerebral. Para realizar cualquier tarea, por simple que sea, es necesario realizar un trabajo muscular, por pequeño que sea. El solo hecho de mantener el tono muscular o la respiración o el bombeo sanguíneo requieren de trabajo muscular. Pero además, es imprescindible un trabajo cerebral, de procesamiento de la información, de cálculo de posibilidades, de toma de decisiones, etc. El cerebro es un maravilloso ordenador, con una capacidad de procesamiento de datos, que aún siendo increíble, es limitada.
La revolución científica e industrial nos ha liberado en gran medida del trabajo muscular, que es realizado por todo tipo de máquinas. Pero el trabajo cerebral aún lo debe realizar nuestro cerebro. Es cierto que los sistemas informáticos actuales empiezan a sustituir algunas funciones muy elementales de nuestro cerebro, pero está muy lejos el día en que puedan realizar el complejo trabajo cerebral necesario para orientar nuestro comportamiento.
Por lo tanto, aunque deberíamos considerar las dos formas de trabajo, en la especie humana el afecto queda determinado casi exclusivamente por el trabajo cerebral que se realiza en beneficio de los demás.
Además, en la especie humana, se suele considerar el trabajo como todo aquello por lo que obtenemos una remuneración económica. Pero, si por trabajo entendemos cualquier acción que consuma energía, entonces no paramos de trabajar en ningún momento. Incluso durmiendo realizamos una pequeña cantidad de trabajo.
Así, todo el trabajo que realizamos fuera de nuestra actividad laboral es no remunerado. Una parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio propio, como por ejemplo, descansar, ir al médico, comer, etc. Otra parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio de los demás, como por ejemplo, fregar los platos de la familia, acompañar al médico, hacer un regalo, escuchar los problemas de otro, etc. Esta parte del trabajo no remunerado en beneficio de los demás es la que consideramos realmente como conducta afectiva o afecto.
Podemos definir el afecto, pues, como el trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia de otras personas u otros seres vivos. En general, este trabajo consistirá en ayudar a obtener algún recurso (alimento, hábitat o conocimiento) necesario para la supervivencia del otro o cederle algún recurso que se ha obtenido previamente. Efectivamente, no sólo proporcionamos afecto realizando directamente un trabajo en beneficio de otra persona sino que también le damos afecto proporcionándole recursos directamente. Cuando damos un recurso a otra persona le estamos proporcionando la energía que tuvimos que consumir para realizar el trabajo necesario para obtenerlo.
Dar dinero o un bien, ayudar a resolver un problema, animar cuando se está triste o enseñar algo que no se sabe, significa realizar un trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia del otro y significa, por tanto, darle afecto. En consecuencia, quien recibe afecto experimenta normalmente una emoción positiva, puesto que ve mejorada sus probabilidades de supervivencia (véase ¿Qué es la emoción?). La relación entre afecto y emoción estriba en que al recibir afecto experimentamos una emoción positiva. Así, emoción y afecto están íntimamente relacionados, de ahí que designemos el afecto recibido con un término similar al que utilizamos para describir la emoción que nos produce.
La capacidad afectiva de cada individuo viene dada por su capacidad de trabajar en beneficio de los demás de forma no remunerada. La capacidad que tiene un individuo de ayudar a los demás es limitada, ya que depende directamente de la cantidad de recursos a que se tiene acceso y de la capacidad para realizar trabajo. Por lo tanto, podemos decir, también, que la capacidad afectiva (de ayuda social) es algo que puede acumularse, es decir, es algo que puede variar en el tiempo y según cada individuo, ya que tanto los recursos disponibles como la capacidad de trabajo son variables acumulativas. Si la emoción se comporta como una variable de estado intensiva, el afecto lo hace como variable de estado extensiva (el valor total es igual a la suma de las partes).
Por último, las necesidades de afecto varían de unos individuos a otros. Así, los individuos más dependientes socialmente, como los niños, la gente muy mayor o enferma, etc., son los colectivos que más afecto necesitan para sobrevivir. Por el contrario, los individuos adultos que han experimentado un desarrollo madurativo adecuado, necesitan mucho menos afecto y, en consecuencia, pueden proporcionar más afecto a los demás.
Señales de afecto
Hemos planteado que el afecto es una necesidad de todos los organismos sociales, ya que se refiere al trabajo que un organismo realiza en beneficio de otro. En la evolución de las especies sociales hacia grados más complejos de estructura social, aparecen nuevos comportamientos que tienen como función mantener la estructura social de la especie. En la especie humana aparecen normas, valores, rituales y señales afectivas cuya función es el mantenimiento de la estructura social del grupo.
Las señales afectivas, en particular, se expresan en un amplio repertorio de conductas estereotipadas, genética y culturalmente, cuya función es garantizar la disponibilidad afectiva de quien las emite con respecto al receptor. La sonrisa, el saludo cordial, las señales de aceptación, las promesas de apoyo, etc., sirven para comprometer a quien las emite y constituyen una fuente de afecto potencial para el receptor. Tanto la etología como la antropología estudian profusamente este tipo de señales o comportamientos.
Un organismo social no sólo necesita el apoyo de sus congéneres en el presente, sino que, también, necesita tener alguna seguridad de que este apoyo se mantendrá en el futuro. La función de las señales afectivas reside en satisfacer esta necesidad. Cuando una persona sonríe a otra le está transmitiendo la confianza de que puede contar con ella en el futuro, que es y será reconocido como miembro de su grupo y que, por tanto, está dispuesta a proporcionarle afecto cuando lo pueda necesitar. El resultado es que la persona que recibe la sonrisa experimenta una emoción positiva.
No obstante, el hecho de emitir señales afectivas no asegura, en todos los casos, una cesión futura de afecto, debido a que esto dependerá de la capacidad real de trabajo que pueda realizar el emisor. Esto explica cómo, en la práctica, personas que emiten señales afectivas (sonrisas, saludos, promesas, etc.) luego no pueden proporcionar la ayuda requerida ya que no disponen de la capacidad necesaria para realizar un trabajo. Esta divergencia entre intención afectiva y capacidad afectiva real causa frecuentes y variados conflictos en las relaciones humanas.
Las señales afectivas son también un modo de incentivar la reciprocidad en el intercambio afectivo, puesto que el receptor de las mismas experimenta una obligación para compensar el afecto (potencial) recibido. Si un organismo que realiza un trabajo en beneficio de otro, es decir, que proporciona afecto real al otro, no emite señales afectivas, corre el riesgo de no ser compensado por el otro. Así, no sólo ayudamos a los demás sino que, además, hacemos que lo sepan para que los mecanismos sociales (genéticos y culturales) responsables de establecer un compromiso e intercambio recíproco actúen.
En resumen, el afecto es la necesidad que tienen todos los organismos sociales de recibir ayuda y colaboración de sus congéneres para poder sobrevivir. El afecto se proporciona mediante la realización de cualquier clase de trabajo (no remunerado en el caso humano) en beneficio de la supervivencia de otro individuo y, por tanto, es transferible y limitado. A medida que aumenta la complejidad social de las especies aparecen las señales afectivas, comportamientos estereotipados cuya finalidad es garantizar la cohesión y la reciprocidad en el intercambio afectivo del grupo.
La economía del afecto, en las relaciones sociales humanas, es enormemente compleja y el conocimiento que hoy día tenemos es muy general y tosco. Esperemos que en los próximos decenios puedan cambiar significativamente las actitudes científicas hacia fenómenos tan fundamentales para la supervivencia humana como lo es el intercambio afectivo.
El afecto es una necesidad primaria del ser humano.
E. Barrull, P. González y P. Marteles, 2000
Al preguntarnos si el afecto es una necesidad no tenemos ningún problema en responder que sí. Ahora bien, si tratamos de explicar el porqué, nos damos cuenta de que tenemos grandes dificultades para tratar de ofrecer un razonamiento comprensible. Sí, todos reconocemos la importancia del afecto en nuestras vidas pero no tenemos ni idea de lo que es ni del porqué de su importancia. Los llamados "expertos" tampoco nos aclaran nada por largos que sean sus discursos.
Lo que ocurre es que nuestra experiencia cotidiana nos enseña cuanto necesitamos del afecto de los demás, pero hasta la fecha, nadie ha sido capaz de descifrar la verdadera naturaleza del afecto y, en consecuencia, comprender la razón de su necesidad.
De ahí, que el título del artículo no sorprenda a casi nadie, excepto, quizás, por afirmar que se trata de una necesidad primaria. En este artículo vamos a explicar porqué el afecto es una necesidad primaria en función de su naturaleza, reformulando, desde otro punto de vista, las ideas expuestas en otros dos artículos de esta web (¿Qué es el afecto? y ¿Puede ser el déficit afectivo causa de enfermedad?)
En primer lugar, debemos aclarar qué entendemos por necesidad primaria, a diferencia de una necesidad secundaria. Todo ser vivo necesita obtener recursos de su entorno para poder sobrevivir. Por recursos entendemos cualquier forma de materia y/o energía que pueda serle útil para sobrevivir.
Una necesidad primaria, o el recurso primario que la satisface, es aquella que es imprescindible para la supervivencia de un ser vivo y que no puede ser sustituida o satisfecha por ningún otro recurso disponible. Por ejemplo, para la inmensa mayoría de los seres vivos, el oxigeno es una necesidad primaria, es decir, que sin una determinada cantidad de oxigeno disponible no podemos sobrevivir. El oxigeno no puede ser sustituido por ningún otro gas o sustancia. Es único y esencial para la supervivencia.
Para saber si un recurso satisface una necesidad primaria debemos ser capaces de observar que su ausencia, por debajo de un cierto límite, produce inevitablemente la enfermedad y la muerte de un ser vivo. Además, debemos comprobar que no puede sustituirse de ninguna otra forma, es decir, que es único.
Además del oxigeno, los seres vivos tienen varias necesidades primarias que, en general, son conocidas por todos. El calor, el alimento y el agua, además del oxigeno, son necesidades primarias de la mayoría de seres vivos. Sin alguno de estos elementos o con una cantidad insuficiente de alguno de ellos, un ser vivo no puede sobrevivir.
Por el contrario, llamamos necesidades secundarias aquellas que, mejorando la probabilidad de supervivencia, no son imprescindibles para este fin o que pueden ser sustituidas por otras. Por ejemplo, el territorio es una necesidad para una gran mayoría de animales, puesto que, normalmente, de él depende su capacidad para obtener alimento y agua. Pero todos sabemos que un animal puede sobrevivir sin territorio si se le ofrece suficiente agua y alimento. También, una clase determinada de alimento es una necesidad secundaria en la medida que puede ser sustituida por otra. Para un león, las cebras son una necesidad secundaria en la medida que puede alimentarse de otras especies.
Así pues, lo que afirmamos en el título de este artículo es que el afecto es imprescindible para la supervivencia de los seres humanos y que tal necesidad no puede sustituirse por ningún otro tipo de recurso. En otras palabras, queremos demostrar que sin una determinada cantidad de afecto, ningún ser humano es capaz de sobrevivir o, lo que es lo mismo, que sin una cierta cantidad de afecto todo ser humano enferma y muere irremediablemente.
Dicho así, es probable que esta afirmación tan dramática sorprenda a muchos lectores, y este es el motivo por el cual es necesario aclarar la verdadera naturaleza del afecto y su directa incidencia en la supervivencia y salud de los seres humanos.
Las necesidades primarias de los seres humanos
Si nos preguntamos cuales pueden ser las necesidades primarias de los seres humanos, enseguida pensaremos en las que compartimos con todos los demás seres vivos: el oxigeno, el calor, el alimento y el agua. Efectivamente, sin alguno de estos cuatro elementos no podemos sobrevivir. Pero ¿no existe ninguna otra necesidad primaria más?
Para comprobarlo (hipotéticamente) podríamos abandonar a un ser humano recién nacido en una isla tropical solitaria, dejándole suficiente agua y alimento para sobrevivir. Imaginemos, incluso, que un adulto se queda con él para ofrecerle sólo el agua y el alimento que necesita durante los primeros años, pero no le proporciona nada más. Es decir, nos aseguramos que el recién nacido se alimenta correctamente. La cuestión es ¿será capaz de sobrevivir?
Evidentemente, este hipotético experimento nos parece terrorífico y no necesitamos realizarlo para saber lo que ocurrirá. Por ejemplo, si pensamos en los depredadores, el niño no podrá ni sabrá defenderse. Puede enfermar por el ataque de cualquiera de los virus y bacterias que pugnan por sobrevivir a nuestra costa. También puede sufrir un accidente, caerse y romperse una pierna o una costilla. No sabrá curarse y sus heridas probablemente se infectarán produciéndole la muerte. Tampoco sabrá distinguir si un alimento es venenoso o no, etc. En definitiva, sabemos perfectamente que no sobrevivirá.
Por lo tanto, tiene que existir alguna necesidad primaria además del calor, el oxigeno, y el alimento para que un ser humano pueda sobrevivir. ¿Cuál puede ser? Lo más probable es que el lector haya pensado que el niño necesita una familia para sobrevivir. En principio es cierto, pero necesitamos aclarar qué es lo que aporta una familia a la supervivencia del niño, ya que existen casos en los que la familia maltrata a sus hijos y les causa la muerte.
¿Qué necesita el niño de una familia? Por ejemplo, podríamos pensar que la mera presencia de otros seres humanos es suficiente para el niño. Pero todos sabemos que no serviría de nada si el niño no puede interaccionar con ellos. ¿Qué clase de interacción necesita? ¿Cualquier tipo de interacción es positiva para el niño? Ya hemos dicho que los malos tratos, por ejemplo, no benefician la supervivencia de los niños.
En este momento, a más de uno se le ocurrirá decir que el niño necesita afecto (cariño, amor, etc.) de su familia. Cierto, pero ¿por qué necesita afecto? ¿Por qué sin afecto un niño tiene que morir?
Ahora es cuando tenemos el peligro de entrar en un callejón sin salida, porque existe el prejuicio de que el afecto, el amor, el cariño, son fenómenos espirituales, es decir, no materiales, y, por tanto, inexplicables en último término. Este ha sido el error en el que ha caído la psicología tradicional hasta la fecha y que nos ha mantenido en la más completa oscuridad con respecto al fenómeno afectivo y a muchos otros más.
¿Qué es el afecto?
Para no caer en este error, recapitulemos hasta lo que nos ha llevado a afirmar que el niño necesita afecto. Nos preguntábamos si un niño podría sobrevivir solo, a pesar de tener suficiente oxigeno, agua y alimentos. Habíamos visto que no, que necesitaría además una familia que le proporcionase afecto.
Olvidemos, por un momento, el afecto y preguntémonos por lo que una familia proporciona, de hecho (físicamente, materialmente, objetivamente, etc.), a un niño para que pueda sobrevivir, además de los alimentos. Puede proporcionarle protección frente a los depredadores, cuidados frente a enfermedades, seguridad frente a los potenciales accidentes y conocimientos para adquirir nuevas habilidades que aumenten la capacidad de supervivencia del niño en su ambiente.
¿Si un niño recibe todo esto de una familia, podrá sobrevivir? Sin ninguna duda, ya que todos los peligros que amenazan su supervivencia estarán "bajo control". Nótese la importancia de la aportación de conocimientos, en esta discusión. Un niño no sólo necesita protección sino adquirir una gran cantidad de habilidades y conocimientos para sobrevivir, de modo que en el futuro necesite menos la ayuda de su familia. De ahí que, si los recibe, pueda sobrevivir con mayor probabilidad.
Entonces, si el niño puede sobrevivir recibiendo el cuidado de su familia, ¿qué hay del afecto? La mentalidad espiritista dirá que lo anterior no sirve si no se proporciona con afecto. Es decir, que no es suficiente con proteger, cuidar, curar y enseñar, sino que, además, hay que hacerlo con afecto. Para ver la falacia de esta propuesta sólo nos debemos preguntar si es posible cuidar de un niño sin afecto. ¿Puede alguien alimentar, curar, proteger y enseñar a un niño sin afecto?
Es cierto que nos puede parecer que unos padres tengan poco cuidado de sus hijos pero que sean muy afectuosos con ellos. Es decir, que sean unos padres "muy simpáticos" aunque no protejan, cuiden ni enseñen a sus hijos. Pero el resultado de tal crianza siempre es un fracaso para los hijos. Por el contrario, puede también ocurrir que nos parezca que unos padres cuiden mucho de sus hijos pero que no sean "muy simpáticos" con ellos. Y a pesar de la falta de simpatía, sus hijos se desarrollarán y sobrevivirán con éxito.
En definitiva, lo que nos ocurre es que no queremos ver lo que es evidente, que el afecto y el cuidado son una misma cosa y no dos hechos separados (uno espiritual y otro material). El afecto, sin el cuidado, la protección y la enseñanza no sirve para nada, es un simple espejismo, un engaño. Por el contrario, con la protección, el cuidado y la enseñanza, es irrelevante la existencia del afecto. Si el lector lo quiere ver aún más claro, sólo tiene que preguntarse qué es lo que prefiere: 1) Afecto sin cuidados, protección ni enseñanza o 2) cuidados, protección y enseñanzas sin afecto.
Claro que puede decir "quiero las dos cosas", pero para aclarar si el afecto es realmente un hecho físico y material que se manifiesta en los cuidados, la protección y la enseñanza, escoja entre las dos alternativas. A los cientos de personas que hemos hecho esta misma pregunta, el 100% ha coincidido en preferir la segunda alternativa, es decir, preferimos ser cuidados, protegidos y enseñados aunque sea sin afecto que no al revés. Es decir, preferimos (necesitamos) hechos y no buenas intenciones.
Entonces tenemos dos alternativas. O bien tenemos que rechazar que el afecto sea necesario para sobrevivir, siendo una entidad espiritual que nada tiene que ver con la vida y su mantenimiento, o bien comprendemos que el afecto agrupa todo lo que hemos dicho acerca de lo que puede proporcionar una familia para que el niño sobreviva. Es decir, que el afecto consiste en proteger, cuidar y enseñar al niño para que sobreviva.
Para clarificar la situación, expresamos las dos alternativas en el siguiente cuadro:
El afecto (amor, cariño, amistad, etc.) es ...
definición tradicional
definición biológica
Un hecho espiritual (no material) de difícil explicación que se manifiesta en nuestras emociones.
Todo acto (comportamiento) de ayuda, protección, cuidado, etc., que contribuya a la supervivencia de otro ser vivo.
Una definición que no aclara (ni define) nada.
Una definición precisa, de hechos reconocibles, observables y objetivos.
Nuestra tradición nos inclina a pensar de un modo poético acerca del afecto, pero, a pesar de que pueda ser muy agradable (o "elevado") pensar así, no nos conduce a ninguna parte. No nos ayuda a comprender su naturaleza y, sobretodo, nos sume en un mar de confusiones y problemas increíbles, convirtiéndonos en unos ineptos para manejar correctamente nuestras relaciones afectivas.
Por el contrario, si somos capaces de "bajar de las nubes", y reconocer que lo que experimentamos como afecto son todos los actos (hechos, comportamientos) por los cuales una persona ayuda a otra, de la forma que sea, proporcionándole protección y conocimientos, resolviéndole problemas, apoyándole en los momentos difíciles, etc., etc., habremos dado un paso de gigante hacia la comprensión y el dominio de los fenómenos afectivos.
No sólo esto, sino que el concepto biológico del afecto encierra toda una nueva forma de comprender al ser humano, que va mucho más allá de los temas tratados en este artículo. De este nuevo concepto se derivan un enorme conjunto de consecuencias que conducen a una nueva psicología como ciencia biológica. Esta nueva concepción la podríamos calificar, sin lugar a dudas, de 'revolución afectiva'.
Porque la clave está en reconocer que el afecto es un hecho físico, real, material y no espiritual. Si somos capaces de ver esto, podemos empezar a analizar los hechos afectivos, a contabilizarlos, medirlos y a establecer hipótesis acerca de sus manifestaciones. De lo contrario, seguiremos en la oscuridad, en las "nubes", y no haremos otra cosa que hacer poesía de dudosa calidad.
El afecto es la base de la vida social
Reconociendo el afecto como todo comportamiento de ayuda a la supervivencia de otro ser vivo, estamos en disposición de dar una explicación coherente del porqué sin afecto un niño, y un ser humano en general no puede sobrevivir. Es decir, estamos en disposición de explicar porqué el afecto es una necesidad primaria humana.
Para ello, debemos plantearnos porqué vivimos en grupos, porqué formamos familias, grupos de amigos, empresas, clubes, asociaciones, sociedades y organizaciones estatales, ciudades, etc. Es decir, porqué siempre vivimos agrupados o porqué no vivimos como los osos o los mosquitos, cada uno por su lado. Nos estamos preguntando, en definitiva, porque somos una especie social.
Una primera respuesta podría ser decir que vivir en grupo es mejor que vivir en solitario, que el grupo proporciona más probabilidades de supervivencia. Pero si fuera cierto, entonces ¿por qué los chimpancés o los elefantes viven en grupo, y los orangutanes o las serpientes viven en solitario? Si fuera mejor vivir en grupo que en solitario, todas las especies evolucionarían hacia la vida en grupo, y esto no es así. Existen muchas especies que llevan evolucionando cientos de millones de años y no muestran el menor indicio ("interés") por vivir en grupo.
Preguntémonos por las diferencias entre un oso y un león con respecto a sus capacidades de supervivencia o, dicho de otro modo, preguntémonos si el león, a diferencia del oso, puede vivir en solitario. El león es un animal fuerte pero pesado, es decir, no puede adquirir grandes velocidades de carrera (en comparación con los guepardos, por ejemplo). Al ser un animal carnívoro y grande, necesita capturar presas de un cierto tamaño, como puedan ser ñúes, bueyes, cebras, etc. El problema reside en que sus presas corren más que él o son mucho más fuertes, lo que implica que la mayoría de ocasiones en las que trata de cazar solo, pierde la presa.
En otras palabras, que el león, a pesar de ser el "rey de la selva", es incapaz de sobrevivir solo. Necesita la ayuda de otros leones para obtener sus presas. Así, las leonas forman grupos estables para la crianza, en los que se admite a un pequeño número de leones adultos, y los leones adolescentes y adultos forman grupos semi-estables esperando el momento apropiado para destronar a los líderes de un grupo de leonas. Finalmente, los leones destronados no suelen ya formar grupos y mueren en un corto periodo de tiempo.
Por lo tanto, los leones no forman grupos porque sea mejor que vivir en solitario. Forman grupos porque no tienen otro remedio ni alternativa, no pueden escoger. El grupo, para los leones, significa sobrevivir y la vida en solitario es una muerte segura.
Generalizando, podemos ver que la vida en grupos es el resultado de una necesidad primaria, de supervivencia, debido a la incapacidad que tienen los individuos, por sí solos, de sobrevivir. Cuando nuevas circunstancias ponen en peligro la supervivencia de una especie, o bien desarrolla nuevas capacidades para hacer frente a los nuevos peligros de forma individual o desarrolla nuevas capacidades sociales (de ayuda) que permitan lograr el mismo objetivo. En caso contrario, se extingue.
Todas las especies sociales han aparecido como consecuencia de una fuerte presión de supervivencia. Si las nuevas dificultades de supervivencia no pueden superarse a través de la evolución de características individuales, la especie aún tiene una oportunidad: desarrollar mecanismos de ayuda mutua, es decir, convertirse en una especie social. A partir de este momento, los individuos ya no serán capaces de sobrevivir por sí mismos y necesitarán siempre la ayuda de sus congéneres.
Lo que caracteriza la vida de las especies sociales es, pues, el continuo trasiego de ayuda entre los individuos que conforman los grupos. Ayuda para la caza, para la crianza, para la higiene, para la defensa, etc. Los individuos de una especie social no sólo tienen que cuidar de sí mismos sino, también, de los demás miembros de su grupo. Sólo así logran sobrevivir.
Los humanos somos la especie más social
Nos debemos dar cuenta de que para los seres humanos, al igual que para todas las especies llamadas sociales, la ayuda de los congéneres es una necesidad primaria de los individuos de la especie. Sin la ayuda de los demás, ningún ser humano puede sobrevivir, por muy fuerte, inteligente, sano, hábil, etc., que sea.
Nuestro éxito como especie nos impide ver con claridad el enorme grado de dependencia que cada uno de nosotros tiene de los demás. En realidad, vistos objetivamente, los individuos humanos tenemos un alto grado de discapacidad para la supervivencia en solitario. Nuestras capacidades individuales están muy disminuidas. Podemos decir, sin equivocarnos, que somos individuos disminuidos y discapacitados para poder sobrevivir en solitario.
Nuestra fuerza, nuestro desarrollo imparable, no proviene ni de la inteligencia individual, ni de la fuerza individual sino de la inteligencia y la fuerza colectivas, de los grupos y de la sociedad. Tomados de uno en uno, los humanos somos tan indefensos como las hormigas y nos superan una gran mayoría de animales. Realmente cuesta mucho hacerse una idea real de hasta dónde llega nuestra debilidad e incapacidad a nivel individual.
Nuestro cerebro sabe sumar.
Si examinamos todos los logros de la especie humana, nos daremos cuenta que han sido obtenidos mediante la continua colaboración de los individuos de cada generación. Probablemente, la diferencia entre nuestro cerebro y el de los demás animales sea que sabe sumar con más facilidad. Todo nuestro éxito proviene de sumar, sumar y sumar. Sumar esfuerzos, conocimientos, memorias, fracasos, sufrimientos, etc.
Pongamos un ejemplo para que se comprenda. Nos gusta decir, por ejemplo, que Newton descubrió la ley de la gravedad. Es cierto, pero ¿qué hizo realmente Newton para descubrirla? La inteligencia de Newton no daba para formular la ley de la gravedad desde la nada, partiendo de cero. El cerebro de Newton sumó y sumó, a lo largo de muchos años, los descubrimientos, las intuiciones, los errores, de sus antepasados. Y como no se pueden sumar peras con piñas, su cerebro descartó lo incorrecto y agrupó lo correcto. A todo esto, probablemente le sumó una pequeña intuición o un pequeño detalle descubierto por él mismo, dando como resultado la imponente ley de la gravedad.
Aunque nos gusta atribuir el mérito de la ley de la gravedad a Newton, cometemos un gran error histórico con ello. En realidad, Newton no aportó a la ley de la gravedad más que muchos de sus antepasados. El único mérito de Newton fue trabajar en el problema,
Justo cuando ya faltaba muy poco para ser resuelto, es decir, es un mérito de oportunidad. Si fue Newton y no otro quien descubrió la ley de la gravedad, fue porque el cerebro de Newton sabía sumar mejor que los demás. Pero no debemos olvidad que sumó los descubrimientos, los esfuerzos y los fracasos de muchos antepasados suyos. Por tanto, Newton tiene tanto mérito en la ley de la gravedad como muchos otros que trabajaron en el problema antes que él. No obstante, por nuestra simplicidad de pensamiento y, sobretodo, por la necesidad de mantener muy alto nuestro orgullo individual, preferimos atribuir todo el mérito a Newton.
Esto es así porque nos es muy doloroso aceptar que, como individuos, valemos muy poco, incluso, cada vez menos. A medida que nuestro sistema social se desarrolla, vamos perdiendo más capacidades, más autonomía individual. Nuestro deterioro individual es algo que nos molesta aceptar y, por eso, siempre tratamos de ensalzar lo individual aunque con ello cometamos un error evidente.
Del mismo modo que la ley de la gravedad, todos los logros humanos, desde el fuego, el hacha y la rueda, hasta los aviones, los ordenadores e Internet, son fruto de la suma de la fuerza e inteligencia de miles y miles de individuos. En un avión, por ejemplo, se podrían escribir los nombres de las cientos de miles de personas que han contribuido (sumados) a su construcción, aunque nos apetece más escribir sólo el nombre del ingeniero aeronáutico que lo diseñó.
Toda esta discusión es para alertar al lector de que existe en cada uno de nosotros una gran resistencia para apreciar hasta qué punto necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Parece que queda mal reconocer que necesitamos la ayuda de los demás y, por tanto, solemos evitar pensar en ello. Nuestro ideal sigue siendo el héroe solitario capaz de enfrentarse sólo a las más duras pruebas y adversidades. Puesto que la fantasía es libre, podemos seguir engañándonos con tales historias, pero pagamos el alto precio de ocultar la realidad. Este es el verdadero motivo por el cual no se ha aclarado hasta hoy la verdadera naturaleza del afecto.
El afecto es la ayuda que necesitamos para sobrevivir.
Si bien el punto anterior no ofrece dudas racionales sobre su verdad, puesto que los hechos son evidentes, existen dificultades para comprender que lo que en nuestra vida cotidiana llamamos 'afecto', no es otra cosa que la ayuda que necesitamos de los demás para sobrevivir. Evidentemente, podríamos evitar plantear esta cuestión, ya que llamar afecto a la ayuda que recibimos de los demás es simplemente un tema de orden lingüístico.
No obstante, nuestro interés estriba en demostrar que ambas palabras ('ayuda' y 'afecto') son sinónimas en la medida que designan básicamente unos mismos hechos. El problema es que se suele pensar que el afecto es un fenómeno no-material, intangible y no mesurable, lo cual acarrea numerosos errores y perjuicios, ya que no es verdad. Comprender y aprender que el afecto es un fenómeno material, tangible y cuantificable cambia radicalmente la forma de afrontar nuestras relaciones afectivas y posibilita la solución a numerosos problemas derivados de los desequilibrios afectivos.
Para que nuestros alumnos se den cuenta de la identidad entre ayuda y afecto, les pedimos primero que nos digan ejemplos de lo que ellos consideran actos de ayuda. Nos suelen decir cosas como: "dejar los apuntes", "acompañar a alguien", "dar dinero", "resolver un problema" (de otro), "cuidar a un enfermo", "hacer la comida" (a otros), "hacer la compra" (para otro), "escuchar los problemas de otro", etc. Una vez han empezado, no les cuesta mucho hacer tan larga como se quiera esta lista.
Luego les decimos que "reserven" esta lista a un lado, como si se tratase de una clase de cocina, y que centren su atención en otro punto distinto. Entonces les proponemos hacer una lista de hechos que, para ellos, signifiquen actos de afecto o amor. Ante un primer sentimiento de perplejidad, empiezan a decir cosas como: "hacer un regalo", "convidar a cenar", "dar un beso o un abrazo", "decir te quiero", "acompañar en los malos momentos", "comprender y respetar al otro", "proteger al otro", etc. Mientras se van proponiendo ejemplos de afecto, alguien suele decir "ayudar a...", pero nosotros le decimos que no podemos ponerlo en la lista ya que lo que queremos ver precisamente es si la ayuda es realmente lo mismo que el afecto.
Una vez la lista ha llenado la altura de la pizarra, les proponemos que comparen ambas listas, la de ejemplos de ayuda y la de ejemplos de afecto. Aparentemente son distintas aunque existen ejemplos en común, como "acompañar al otro", etc.
La cuestión aparece más clara cuando planteamos qué pasaría si hiciéramos las dos listas mucho más largas. ¿Aparecerían la mayoría de los términos de una en la otra? Es decir, "hacer un regalo" no es un acto también de ayuda, al igual que "dar un beso o un abrazo" cuando el otro lo necesita, o "decir te quiero", "comprender y respetar al otro", etc. Del mismo modo, no es también un acto de afecto o amor "dejar los apuntes", "dar dinero", "cuidar a un enfermo", etc.
La mayoría de los alumnos empiezan a darse cuenta de la gran similitud de ambas listas, de que lo que uno escribe en una lista, puede también escribirlo en la otra. Quizás no todos los ejemplos son igualmente intercambiables. Unos son muy claros y otros cuestan más. La razón de ello es que utilizamos las palabras 'ayuda', 'afecto', 'amor', 'cariño', 'solidaridad', etc., en contextos distintos, pero todas se refieren a la misma clase de actos.
Esto mismo ocurre con muchas de nuestras palabras más comunes. Por ejemplo, la palabra 'mesa' tiene muchos sinónimos según sea el contexto en el que estemos hablando. Si la mesa sirve para escribir la llamamos 'escritorio', si sirve para comer la llamamos 'comedor', si sirve para los alumnos de una escuela la llamamos 'pupitre' y si sirve para celebrar misa la llamamos 'altar'. 'Mesa', 'escritorio', 'comedor', 'pupitre' y 'altar' son palabras distintas que se refieren básicamente a un mismo hecho u objeto, escogiéndolas según el uso o el contexto que nos refiramos. Incluso, una misma mesa puede servir de escritorio, pupitre, comedor o altar si la llevamos al sitio adecuado y la utilizamos convenientemente.
Igual nos pasa con las palabras 'ayuda', 'afecto', 'amor', 'cariño', etc. Si prestamos ayuda a nuestra pareja o a nuestros hijos, lo llamamos 'amor' o 'cariño', si prestamos ayuda a un amigo lo llamamos 'afecto' o 'amistad', y si prestamos ayuda a desconocidos lo llamamos 'ayuda' o 'solidaridad'. Pero sea la que sea la palabra que utilicemos, siempre nos estamos refiriendo a una misma clase de hechos. Quizás la palabra más general y más amplia, a nuestro entender, que los designe sea 'ayuda', aunque es de libre elección escoger otra cualquiera.
No debemos confundir los problemas lingüísticos con los problemas psicológicos. La lingüística nos aclarará cuando utilizamos una u otra palabra, la psicología nos tiene que aclarar la naturaleza de los hechos que designamos con estas palabras.
Recapitulando lo que hemos planteado, constatamos que sin la ayuda de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir y que esta ayuda adopta la forma de afecto, amor, cariño, solidaridad, amistad, cuidados, atención, etc., según el contexto y el tipo de ayuda proporcionada. Es decir, que podemos afirmar también que sin el afecto, amor, cariño, etc., de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir.
Después de este paréntesis lingüístico, que esperamos haber aclarado, debemos seguir con nuestra tarea y plantear cual es la naturaleza de los hechos involucrados en los actos de ayuda, afecto, amor, etc.
Afecto o ayuda es trabajo en beneficio de otro
A partir de las dos listas de ayuda y afecto, les preguntamos a los alumnos qué tienen en común todos estos actos. Aunque esta pregunta es realmente difícil, con un poco de ayuda por nuestra parte, alguien suele responder: "requieren esfuerzo" o algo parecido.
Efectivamente, nos damos cuenta que ayudar siempre significa realizar un esfuerzo en beneficio de otra persona. No se puede ayudar telepáticamente o simplemente con la intención. No nos sirve de nada que cientos o miles de personas quieran ayudarnos si ninguna de ellas hace el más mínimo esfuerzo para nosotros.
Si utilizamos un término más adecuado para expresar esta cuestión, diremos que ayudar es realizar un trabajo en beneficio de otro. El concepto de trabajo se utiliza en física para designar cualquier hecho que signifique una transferencia de energía de un sistema a otro. Cuando ayudamos a otra persona, o a otro ser vivo, lo hacemos consumiendo una cantidad de nuestra energía (de ahí el esfuerzo) que transferimos, en parte, a la otra persona (de ahí su beneficio).
Es muy importante puntualizar que no toda transferencia de trabajo entre dos seres vivos es afecto. Para destruir a un ser vivo también hay que hacer trabajo sobre él, pero esta clase de trabajo no es afecto puesto que no beneficia a quien lo recibe.
Es decir, sólo es afecto aquel trabajo realizado sobre otro ser vivo que aumenta sus probabilidades de supervivencia.
Todo acto de ayuda implica una pérdida de energía en quien ayuda y una ganancia de energía en quien recibe la ayuda. Esta pérdida y ganancia respectivas se manifiestan en una disminución y un aumento respectivo de las probabilidades de supervivencia de cada uno. Así, sólo proporcionamos afecto cuando consumimos parte de nuestra energía y disminuye nuestra probabilidad de supervivencia, mientras que el otro (el que recibe nuestro afecto) experimenta un aumento de su energía y de su probabilidad de supervivencia.
El beneficio obtenido por el receptor de afecto se compensa con el perjuicio que sufre quien lo proporciona. En la naturaleza nada es gratuito y el afecto, como un hecho de la naturaleza (trabajo), no escapa a esta terrible ecuación. Esta es la verdadera razón por la que existen tantos problemas en las relaciones afectivas. Si el afecto fuera algo espiritual (no-material) no existiría ningún problema para que todo el mundo pudiera disfrutarlo sin límites. Pero la experiencia cotidiana nos enseña amargamente que el afecto es muy escaso en las relaciones humanas y la razón no es otra que el afecto es simple y llanamente una transferencia física y real de energía, trabajo y vida, y que tal transferencia está sujeta a todos los límites impuestos por las leyes de la naturaleza.
De ahí que muchas personas adultas no puedan ofrecer afecto a los demás, debido a que su capacidad de trabajo, de resolver problemas, de enfrentarse a las dificultades, etc., es muy escasa y ni siquiera cubren sus propias necesidades.
Así, la imposibilidad de sobrevivir por sí mismo se contrarresta recibiendo energía y vida de otros congéneres, quienes "pagan", sufren y acarrean los costes de tal ayuda. La ayuda es una necesidad primaria en los humanos pero debemos comprender, aclarar y puntualizar que dicha ayuda no es gratuita sino que requiere unos costes físicos y reales. No se ayuda con la intención, con el deseo, con el pensamiento: se ayuda con la acción, es decir, con actos físicos.
Y si bien es cierto que podemos ayudar a nuestros congéneres sin poner en serio riesgo nuestra salud y supervivencia, también es cierto que si tal ayuda no se realiza con cautela y bajo una estricta contabilidad, puede suceder muy fácilmente (como de hecho sucede) que los balances entre la ayuda recibida y la proporcionada sean muy desequilibrados, conduciendo a graves perjuicios en la salud humana.
Es de suma importancia comprender bien este punto ya que de él se desprenden importantes consecuencias para la salud humana. De hecho, la biopsicología puede considerarse como la economía del afecto, el análisis y la contabilidad de las transferencias afectivas en nuestras relaciones humanas y de las consecuencias que en nuestra salud y bienestar conlleva
Déficit afectivo…causa de enfermedad
Como consecuencia, la falta de afecto causa enfermedad y la muerte.
Si somos capaces de comprender y apreciar el hecho de que el afecto (ayuda) es una necesidad primaria de todo ser humano, entonces la consecuencia inmediata y directa es que sin afecto o sin una suficiente cantidad, el ser humano enferma y muere. Es más, si un ser humano tiene cubiertas todas sus necesidades primarias excepto la afectiva, entonces, su enfermedad y su muerte están causadas por la falta de afecto.
Hoy en día, en las sociedades modernas, vivimos perplejos ante los asombrosos hechos que afectan a nuestra salud. Aún poseyendo la mejor asistencia médica, la mejor alimentación posible, un nivel económico envidiable, etc., muchas personas sufren enfermedad y muerte tempranamente. Los médicos no encuentran ninguna explicación razonable y, en su falta, apelan a factores ambiguos y no demostrables. Dicen, por ejemplo, que fumar provoca cáncer, pero todos conocemos algunos fumadores empedernidos que han llegado a la vejez sin ningún problema. La "psicosis" por encontrar factores de riesgo nos ha llevado al punto de que todo es un riesgo. Esta situación no revela otra cosa que la imposibilidad de encontrar la verdadera causa de tales problemas de salud.
Lo que la biopsicología ha sido capaz de despejar es que nuestra salud no sólo depende de nuestras "buenas" relaciones con los virus y bacterias que tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio sino que también depende de nuestras "buenas" relaciones con nuestros congéneres que, también, tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio. Y esto es así no por maldad sino por necesidad, puesto que cada uno de nosotros no podría sobrevivir sin recibir ayuda (energía) de sus congéneres, es decir, sin su afecto.
Esta consecuencia lógica, que ahora vamos a explicar, nos enfrenta ante un grave problema cultural, de valores éticos, hasta ahora nunca visto. En general, cuando alguien escucha por primera vez esta afirmación, experimenta una intensa reacción de repulsa ante esta posibilidad. Los historiadores de la ciencia saben muy bien que la aceptación de nuevas teorías depende, no sólo de su viabilidad racional, sino, también, de las reacciones emocionales que provoca. Muchos avances científicos se han visto retrasados debido a que provocaron reacciones emocionales negativas en la comunidad científica. Decimos esto, porque estamos ante un caso de este tipo y debemos pedir al lector que trate de separar sus emociones, del análisis objetivo de los hechos que discutimos. La aparente barbaridad de la conclusión a la que llegamos, puede impedir comprender los hechos que se discuten y, en última instancia, juzgar con imparcialidad nuestro razonamiento y los hechos que lo confirman.
Nuestro punto de partida ha sido llegar a establecer que el afecto es una necesidad primaria para el ser humano, al igual que el calor, el oxigeno y el alimento. Esto significa que, para sobrevivir, todo ser humano necesita, como mínimo estos cuatro elementos. La falta de alguno de ellos acarrea inevitablemente la enfermedad y la muerte.
Por lo que respecta al calor, el oxigeno y el alimento, no tenemos dudas de que esto es así. Su falta nos producirá inevitablemente la enfermedad y la muerte, pero, ¿ocurre lo mismo con el afecto?
Antes, ya hemos discutido lo que le pasaría a un recién nacido si le negásemos cualquier tipo de ayuda, excepto el suministro de calor, oxigeno y alimento. Primero se enfermaría y luego moriría. Pero ¿le ocurriría lo mismo a un adulto? Imaginemos que dejamos sólo a un adulto, con suficiente calor, oxigeno y alimento. Es evidente que podría sobrevivir durante un cierto tiempo o, incluso, durante un largo periodo de tiempo. Los ermitaños son un buen ejemplo de ello y se conocen algunos casos de individuos que han sobrevivido escondidos durante mucho tiempo.
Ahora bien, debemos reconocer que si un adulto es capaz de sobrevivir sin afecto (ayuda) durante bastante tiempo es porque en su infancia ha recibido una gran cantidad de ayuda. Sólo sobrevivirán los adultos que estén bien preparados para esta experiencia, es decir, que dispongan de los conocimientos y habilidades que son imprescindibles para afrontar una vida en solitario. No todos estamos preparados para ser ermitaños o para vivir escondidos durante un largo periodo de tiempo.
¿De dónde han surgido estos conocimientos y esta preparación para la vida en solitario? Evidentemente, de otras personas. Un ermitaño ha aprendido de otros aquello que le será necesario para sobrevivir casi aisladamente. Es decir, uno puede llegar a ser ermitaño sólo con la ayuda de los demás.
Nuestra supervivencia individual depende de una fina y delicada red de ayuda y afecto. Cada uno de nosotros somos receptores y donantes de afecto, tejiendo una red de relaciones afectivas.
Cuando afirmamos que la falta de afecto es causa de enfermedad y de muerte, no estamos afirmando algo distinto de lo que hemos constatado al principio, a saber, que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de sus congéneres.
Para comprender que ambas afirmaciones son idénticas, aunque una nos parezca lógica y la otra una barbaridad, vamos a plantear los argumentos que permiten derivar la una de la otra.
En el gráfico 1 se expresa, de un modo geométrico, el hecho de que los seres humanos, a diferencia de los osos, por ejemplo, no podemos sobrevivir por nosotros mismos. Es decir, que los individuos humanos no tenemos la capacidad de realizar todo el trabajo necesario para lograr nuestra propia supervivencia.
Gráfico 1. Capacidad de trabajo individual en relación al umbral de supervivencia.
Para ello, introducimos el concepto de umbral de supervivencia que definimos como la mínima cantidad de trabajo que es necesario realizar para que un individuo pueda sobrevivir. Ningún ser vivo puede sobrevivir sin efectuar una cierta cantidad de trabajo. Trabajo para alimentarse, para respirar, para defenderse, etc.
En el gráfico se representa el hecho de que los humanos, tomados individualmente, no somos capaces, por nosotros mismos, de realizar todo el trabajo que es necesario para sobrevivir, es decir, que en la más completa soledad no somos capaces de llegar al umbral de supervivencia. Lo mismo podemos decir de todas las especies sociales, las hormigas, los delfines, los chimpancés, los pingüinos, las hienas, etc., aunque cada especie tiene distintas capacidades de trabajo.
Por el contrario, los osos adultos sí son capaces de sobrevivir por sí mismos, de forma independiente. Los osos adultos tienen la capacidad de realizar el suficiente trabajo que les permite sobrevivir. Todas las especies asociales se caracterizan por este hecho. Los mosquitos, los tiburones, los guepardos, las lechuzas, los orangutanes, etc., pueden sobrevivir en estado adulto por sí mismos.
En el gráfico 2
introducimos el concepto de ayuda necesaria para sobrevivir. Si los seres humanos no podemos sobrevivir por nosotros mismos, significa que necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Esta ayuda la recibimos en forma de trabajo que otros realizan para lograr nuestra supervivencia (la ayuda o trabajo recibido lo denominamos 'afecto recibido').
Así, sumando el trabajo individual más el trabajo recibido en forma de ayuda de nuestros congéneres, los seres humanos podemos sobrevivir, es decir, superar el umbral de supervivencia.
Cuando decimos que el afecto es una necesidad primaria, estamos afirmando que el afecto es la ayuda que necesitamos para superar nuestro umbral de supervivencia. De este modo, la supervivencia de la especie humana se fundamenta en sus relaciones sociales. Los sistemas de organización social, los grupos, la familia, las organizaciones, las comunidades, los estados, son los mecanismos por los cuales los seres humanos intercambiamos intensamente la ayuda que, como individuos, necesitamos para sobrevivir. Fuera de la red social, desconectados de toda ayuda, somos incapaces de sobrevivir. En otras palabras, la sociabilidad es una característica indisociable del individuo humano. Todo en el ser humano depende de sus relaciones sociales y tratar de comprender al ser humano sin considerarlas es una empresa inútil y un simple ejercicio estético.
La sociabilidad no se puede ignorar porque es el medio por el cual intercambiamos un recurso esencial para nuestra supervivencia: el afecto (ayuda para la supervivencia de otro).
Por lo tanto, ¿qué puede ocurrir si un individuo no recibe suficiente ayuda de sus congéneres? Esta situación se representa en el gráfico 3. Puede muy bien ocurrir que, por la razón que sea, un individuo no reciba suficiente ayuda, es decir, que la suma de su trabajo más la ayuda recibida sea inferior a su umbral de supervivencia.
En este caso, no sobrevivirá, es decir, morirá. Aunque sea terrible, no podemos ignorar este hecho, ya que se deriva directamente de nuestra necesidad de recibir ayuda. Aún nos parece más terrible si expresamos este hecho diciendo que si un individuo no recibe suficiente afecto, entonces morirá. Pero debemos darnos cuenta de que es, precisamente, el carácter terrible de este hecho el que fundamenta nuestra intuición ancestral de que el afecto es algo esencial para el ser humano: es tan esencial que su falta nos produce la muerte.
Esta constatación nos lleva a un primer análisis. Cuando un ser humano muere, nos deberemos preguntar si esta muerte ha podido ser causada por una falta importante de afecto. Ahora sabemos que un déficit afectivo importante causa la muerte de un ser humano, pero lo que no sabemos es si todas las muertes están causadas por este motivo. Por tanto, una muerte puede estar causada por un déficit afectivo severo o por otras causas y nuestra intervención, como psicólogos, será determinar si, en cada caso, la causa ha sido por un déficit afectivo o no.
Pero la muerte es una situación extrema, la más extrema de todas. Antes de morir, generalmente un ser vivo pasa por diferentes estadios de enfermedad, cada vez más graves. Es decir, que entre la vida (salud) y la muerte, existe un espacio intermedio que denominamos 'enfermedad'.
Esto nos permite introducir un nuevo concepto, el de umbral de salud, y que definimos como el límite por encima del cual un ser vivo no está enfermo. Por supuesto, ningún ser vivo está libre completamente de alguna clase de enfermedad, por leve que sea.
Entre el umbral de salud y el umbral de supervivencia existe toda una zona que comúnmente denominamos por 'enfermedad'. La enfermedad es todo estado entre la salud y la muerte.
Para que un organismo goce de buena salud es necesario que realice una gran cantidad de trabajo. Ya hemos visto que, en el caso de los humanos, como en el de todas las especies sociales, cada individuo no tiene la capacidad para desarrollar el suficiente trabajo que le permita llegar al umbral de supervivencia. Necesita, para ello, la ayuda de sus congéneres (en forma de trabajo) para sobrevivir. Pero, a pesar de que reciba la suficiente ayuda que le permita superar el umbral de supervivencia, puede que esta ayuda no sea suficiente para alcanzar el umbral de salud.
En otras palabras, el afecto (o trabajo en beneficio de la supervivencia de otro) no sólo determina la supervivencia de los individuos de especies sociales sino, también, su calidad de vida, es decir, el grado con que padecerá enfermedades de cualquier tipo.
Decimos, pues, que el déficit afectivo (o falta de afecto suficiente para vivir) es, necesariamente, como hemos visto, causa de enfermedades de todo tipo. Para vivir hay que trabajar, y esto significa que hay que resolver un gran número de problemas y presiones que acechan y ponen en peligro nuestra supervivencia. Nadie puede escapar a estas tareas. Los humanos hemos evolucionado hacia formas de vida altamente sociales, lo que implica que cada individuo es incapaz, por sí mismo, de resolver la mayoría de sus problemas de supervivencia. Nuestra vida depende, nos guste o no, de la ayuda de nuestros congéneres. De ahí que, según sea la ayuda recibida, nuestra vida puede ser más corta o más larga, llena de penalidades y enfermedades o gozar de buena salud y desarrollo, etc.
Este es un hecho esencial para comprender el devenir de todo ser humano, sobre todo en lo que respecta a su salud y desarrollo. Ignorar este hecho nos mantiene en la más completa oscuridad frente a los graves problemas de salud humana que la medicina no puede resolver, por mucho que quiera y por mucho dinero que se invierta.
Mientras ignoremos lo que ocurre alrededor del enfermo, cuáles son sus relaciones afectivas, quien le ayuda y a quien ayuda, es decir, mientras no tratemos de evaluar (contabilizar), aunque sea toscamente, la carga de trabajo cerebral en beneficio de otros que el enfermo ha tenido que soportar, no comprenderemos el origen real de su enfermedad. Por ejemplo, ante un caso de cáncer de pulmón, los médicos nos dirán que ha sido causado por el tabaco y los psicólogos tradicionales nos dirán que el tabaquismo ha sido causado por el estrés. Todo esto es cierto, pero inútil, porque no apunta a la causa real de la enfermedad. ¿Cuál ha sido la causa del tabaco y del estrés? Si investigamos un poco las relaciones afectivas del enfermo, descubriremos un claro déficit afectivo, es decir, o bien poca ayuda recibida o un exceso de ayuda proporcionada.
Las necesidades afectivas no son iguales en todas las edades del individuo. Por intuición, sabemos que los niños necesitan mucho más afecto que los adultos. Esto es debido a que la capacidad de trabajo de los niños es mucho menor que la de los adultos aunque muchos adultos no llegan a desarrollarse lo suficiente y quedan con una capacidad de trabajo muy disminuida.
Como puede apreciarse en el gráfico, es en la infancia y la vejez donde más afecto se requiere para sobrevivir y para mantener un nivel de salud adecuada. Por el contrario, la mayor capacidad de trabajo de los adultos hace que requieran menos afecto o incluso puedan prescindir de él si su desarrollo en la infancia ha sido adecuado. De hecho, las necesidades de afecto de los hijos y de los viejos son cubiertas por los excedentes de los adultos, cuando estos existen.
En realidad, es tan alta la falta de capacidad afectiva, de desarrollo cerebral en las sociedades modernas, que una gran parte de los adultos necesitan afecto (ayuda) de los demás para poder sobrevivir. Mientras sigamos idolatrando lo que llamamos el "cuerpo" y despreciemos lo que llamamos la "mente" (que no es otra cosa que el cerebro, es decir, una parte también de nuestro cuerpo) nuestra capacidad afectiva seguirá siendo tan escasa como hasta ahora, causando enormes problemas y enfermedades por doquier. Quizás si comprendemos por fin la sentencia griega de que la salud de nuestro cuerpo depende de la salud de nuestra mente (y no al revés) empezaremos a ganar en capacidad afectiva y a reducir la enorme incidencia de las enfermedades que nos amenazan.
El gran desarrollo social impulsado por la Revolución Industrial ha introducido un nuevo elemento dentro de la economía afectiva de los seres humanos. Nos referimos a todas las formas de ayuda social desarrolladas prácticamente durante el siglo XX. El crecimiento social ha obligado al desarrollo de sistema de cooperación y de ayuda capaces de reducir, aunque no de eliminar, los déficits afectivos de la población.
Un individuo de una sociedad moderna recibe una gran cantidad de ayuda proveniente de diversos organismos sociales (seguridad social, policía, bomberos, hospitales públicos, escuelas públicas, justicia, etc.). Existe una gran cantidad de organizaciones cuya finalidad es la de proporcionar ayuda a los miembros de la sociedad. Este es un hecho realmente nuevo en nuestra historia, puesto que hace sólo doscientos años casi no existían. Antes, una persona sólo podía sobrevivir gracias a la ayuda proporcionada por los miembros de su familia y nada más. Ahora, afortunadamente, disponemos, además, de la ayuda de nuestra sociedad. Si distinguimos, por tanto, la ayuda recibida de familiares, amigos, etc. (que seguiremos denominando 'afecto') de la ayuda recibida de las instituciones públicas (ayuda o protección social), podemos apreciar como las necesidades afectivas se han reducido mucho en las sociedades modernas, aunque no han desaparecido.
Pero a pesar de los grandes avances, seguimos necesitando afecto para vivir, sobre todo los niños y la gente mayor. La ayuda social que recibe un niño no es ni mucho menos suficiente para que pueda desarrollarse adecuadamente. Sin el trabajo de los padres los niños no pueden alcanzar un grado de autonomía, de capacidad de trabajo suficiente para conseguir reproducirse con éxito. La ayuda social no es despreciable pero es insuficiente.
El origen de los déficits afectivos reside en los adultos. Puesto que el afecto es trabajo, es decir, energía, las necesidades afectivas de niños y viejos sólo pueden cubrirse con los excedentes de los adultos.
El problema aparece cuando los adultos no disponen de excedentes e, incluso, necesitan ellos mismos de apoyo y ayuda.
Esto ocurre cuando un adulto no ha podido desarrollar suficientemente sus capacidades cerebrales debidas, por supuesto, a no haber recibido suficiente ayuda en su desarrollo. Aunque aparentemente parezca un adulto, aunque su desarrollo muscular sea el adecuado, su cerebro tiene muy poca capacidad de adaptación, de trabajo, de procesamiento. Ante los problemas busca refugio y apoyo en los que le rodean y carece de toda capacidad para ayudar a resolver los problemas de sus hijos. Si en su desarrollo no ha adquirido suficientes habilidades y capacidades de trabajo para resolver los problemas de la vida, siempre necesitará obtener afecto de los demás, de su familia, amigos, etc., además de la ayuda social que reciba. Entonces, el déficit afectivo que él sufrió se hereda a sus hijos.
Resumen:
Aunque parece una perogrullada, lo cierto es que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de los demás. Durante nuestra infancia dependemos críticamente de la ayuda que recibamos. Más o menos ayuda recibida determinará irreversiblemente nuestro desarrollo en el futuro. Es decir, que la ayuda es una necesidad primaria de los seres humanos. Y hemos visto que esta clase de ayuda es la que denominamos comúnmente como afecto.
El afecto no es una entelequia espiritual ni angelical, sino la ayuda que necesitamos para poder sobrevivir. Y esta ayuda no es gratuita ni está disponible libremente puesto que ayudar significa realizar un trabajo en beneficio de otro ser vivo, es decir, ceder parte de la propia energía a otro ser vivo. Así, cuando prestamos afecto a otra persona trabajamos en su beneficio y no en el nuestro, perdemos energía en su favor.
En consecuencia, las capacidades afectivas de cada uno están estrictamente limitadas por la energía disponible, por la capacidad efectiva (no afectiva) de realizar trabajo, de resolver problemas. Uno quisiera inundar de afecto a todo el planeta pero la verdad es que no puede, no disponemos de la energía ni la capacidad para lograrlo. Queremos querer mucho pero podemos querer muy poco.
En cualquier caso, se quiera mucho o poco, siempre todo acto de afecto, de amor, de cariño, de ayuda significa una pérdida de energía para quien lo proporciona. Y esta es la razón por la cual un desequilibrio en las relaciones afectivas conduce inevitablemente a la enfermedad y la muerte.
El hecho que la biopsicología pone de relieve es que todas las enfermedades cuyo origen médico se desconoce (cáncer, infarto, hipertensión, etc.) no se producen espontáneamente ni tienen su origen en el propio enfermo sino que están causadas por agentes biológicos externos que no hemos sido capaces de ver debido a que son las personas como tú y yo. Lo difícil del descubrimiento de Pasteur fue la pequeñez de los agentes biológicos causantes de las enfermedades (bacterias). Lo difícil del descubrimiento de la biopsicología es que somos nosotros mismos quienes causamos la enfermedad de nuestros congéneres.
Unos padres con mucha necesidad de ayuda acaban causando la enfermedad de sus hijos puesto que no pueden evitar utilizar a sus hijos como fuente de ayuda, un esposo/a con mucha necesidad de ayuda acaba causando la enfermedad de su esposa/o por la misma razón, etc. Por la experiencia que hemos recogido hasta el momento, son precisamente las relaciones afectivas duraderas e intensas las que están en el origen de las enfermedades y la muerte de la mayoría de las personas en las sociedades modernas.
Y la razón principal es que la capacidad de ayuda es muy escasa, puesto que aún no se han inventado máquinas capaces de sustituir al trabajo cerebral. Para resolver los problemas de la vida sólo contamos con nuestro cerebro y si su desarrollo ha sido escaso (que es lo más frecuente) necesitamos mucha ayuda de los cerebros de las personas que nos rodean. Nuestro impulso de supervivencia nos conduce a desarrollar estrategias capaces de lograr que los demás nos presten su ayuda cerebral. Y cuando nuestra necesidad es muy alta y dependemos de la ayuda de muy pocas personas, tarde o temprano dichas personas enfermarán.
Ya sabemos que aceptar estos hechos es muy desagradable, puesto que nos hace a todos responsables (en un sentido científico, no moral) de las enfermedades de los que nos rodean. Nos enfrentamos, como siempre, al mismo problema. ¿Preferimos la verdad dolorosa o la mentira bondadosa? Evidentemente, que cada uno opte por lo que más prefiera. Pero si alguien tiene verdadero interés en prevenir la aparición de cualquier tipo de enfermedad o de contribuir a superar una enfermedad existente (junto con los tratamientos médicos pertinentes), que se tome en serio estos hechos a pesar de que sean realmente crueles.
La enorme complejidad de las relaciones afectivas nos impide hacer aquí una exposición más extensa. En realidad, este tema es, o debería ser, el objeto central de la psicología. Dicho de otro modo, la psicología, desarrollada como una ciencia biológica, se ocupa fundamentalmente de las relaciones afectivas en tanto que inciden directamente sobre la salud de los seres humanos. Así que, considérense estas líneas como un breve esbozo muy elemental, cuyo fin es introducir al lector en los conceptos básicos de la biopsicología. En la medida de nuestras posibilidades, iremos exponiendo con más detalle este nuevo enfoque en el futuro.
¿Puede ser el déficit afectivo una causa de enfermedad?
M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998
El gran desarrollo de la Medicina desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, ha cambiado por completo la cantidad y calidad del bienestar humano, especialmente en las sociedades industriales avanzadas. El descubrimiento de Pasteur acerca de la vida microscópica y de su enorme incidencia en la enfermedad de los seres vivos ha conducido a un gran control de las enfermedades infecciosas. Pero, a la par que se van controlando este tipo de enfermedades, estamos asistiendo a la emergencia de un gran número de 'nuevas' enfermedades o, mejor dicho, de enfermedades que antes del siglo XX no tenían casi oportunidad de aparecer.
La característica común de todas estas 'nuevas' enfermedades es que no son causadas por agentes microbianos, es decir, ni por virus ni por bacterias. Enfermedades como el cáncer, el infarto, la alergia, la depresión o la obesidad mantienen a la comunidad científica en un perpetuo desconcierto acerca de su origen. Sabemos muchas cosas de ellas, cómo paliar sus síntomas e incluso cómo eliminarlas, pero sus causas son aún un misterio científico en la actualidad.
En este artículo queremos plantear la idea de que el déficit afectivo crónico es la causa de enfermedades no infecciosas y de trastornos del comportamiento.
En otro artículo de esta Web (véase ¿Qué es el afecto?) hemos visto que la especie humana es extraordinariamente social. Necesita, a lo largo de toda su vida, la ayuda y la colaboración de sus congéneres para sobrevivir y reproducirse. Las diversas formas de ayuda y colaboración social que intercambiamos los seres humanos para lograr nuestra supervivencia las agrupamos bajo el término común de 'afecto'. También hemos visto como el afecto se proporciona realizando cualquier clase de trabajo no remunerado en beneficio de los demás.
¿Qué puede ocurrir cuando una persona no recibe suficiente ayuda de las demás? ¿O cuando una persona proporciona mucha más ayuda de la que recibe? Es decir, ¿qué puede ocurrir cuando una persona tiene un déficit afectivo? Creemos que este tema no ha recibido la atención científica que se merece, a pesar de que la economía de los intercambios afectivos es crucial para la supervivencia del individuo.
Para evaluar la relación entre el déficit afectivo y la salud de un organismo es necesario prestar un poco más de atención a lo que significa el hecho de dar afecto. Hemos dicho que dar afecto significa efectuar alguna clase de trabajo cerebral no remunerado en beneficio de otra persona (véase ¿Qué es el afecto?). Cuando un organismo realiza un trabajo, consume una parte de la energía que posee, proporcionalmente a la magnitud del trabajo realizado y a la eficacia con que lo realiza. No sólo consume energía metabólica sino que consume parte de su capacidad de procesamiento cerebral. Efectivamente, para la mayoría de trabajos se necesita utilizar el cerebro para coordinar todas las acciones involucradas en realizar la tarea. Esto significa que el cerebro deja de atender a otras actividades menos urgentes para concentrarse en la tarea principal.
Aunque sabemos muy poco del cerebro, la Neurobiología nos enseña que el cerebro ejerce un importante control de las funciones y actividades vitales para el organismo. El cerebro se informa, procesa y trata de controlar los acontecimientos internos y externos del organismo. Por lo tanto, del cerebro dependen la salud de todos los órganos del cuerpo y la adaptación al medio de todo el organismo. Cada fallo del cerebro, cada error de cálculo, se traduce, tarde o temprano, en una disfunción, por pequeña que sea, de alguna parte del organismo.
Así, una disminución significativa la eficacia del cerebro producirá una anomalía o enfermedad en algún lugar del organismo. Aunque la evolución que nos precede nos ha dotado genéticamente de un organismo muy eficaz y resistente a las anomalías tanto internas como externas, no cabe duda que, si el cerebro no ejerce su control adecuadamente sobre alguna función orgánica, esta acabará desestabilizándose en forma de enfermedad o trastorno. Lo que queremos razonar es que el déficit afectivo sistemático disminuye la eficacia del cerebro y, en consecuencia, origina enfermedades y trastornos del comportamiento.
¿En qué consiste un déficit afectivo? Hemos visto que el afecto es la ayuda social que intercambiamos los seres humanos con el fin de poder sobrevivir y que ello se realiza mediante el trabajo no remunerado en beneficio de los demás. La parte más importante de este trabajo lo realiza el cerebro. Cada persona recibe ayuda (afecto) y, a su vez, proporciona ayuda (afecto) a los demás. A su vez, cada individuo tiene necesidades afectivas distintas, en cantidad y calidad, dependiendo de su grado de autonomía. Los niños, por ejemplo, necesitan grandes cantidades de afecto ya que, por ellos mismos, tienen muy poca capacidad para obtener los recursos que necesitan. Los adultos, por el contrario, necesitan menos afecto en general, aunque no pueden prescindir de él.
Cuando una persona carece de ayuda suficiente para sobrevivir adecuadamente experimenta un déficit afectivo. Pero para ello no sólo hay que tener en cuenta la ayuda que recibe sino también la ayuda que proporciona. Si proporciona mucha más ayuda de la que recibe de los demás, también puede experimentar un déficit afectivo.
Teniendo en cuenta que el trabajo fundamental lo realiza el cerebro, si designamos por WT la cantidad total de trabajo que puede realizar una persona, por Wp la cantidad de trabajo que proporciona, por Wr el trabajo que recibe y por Ws la cantidad total de trabajo que necesita para sobrevivir, todo ello referido a un periodo de tiempo determinado, definimos el estado de déficit afectivo cuando se cumple la siguiente condición:
WT - Wp + Wr < Ws
Es decir, se produce un déficit afectivo cuando el trabajo total que puede realizar una persona, menos el trabajo (afecto) que proporciona a los demás, más el trabajo (afecto) que recibe de los demás es inferior a la cantidad de trabajo que necesita para sobrevivir.
En el caso de los niños, el déficit afectivo se producirá, en general, por el hecho de no recibir la ayuda suficiente para desarrollarse normalmente. Puesto que los niños tienen menos capacidad para realizar trabajo (WT << Ws), el déficit dependerá fundamentalmente de la escasez de la ayuda recibida (Wr).
En los adultos maduros el déficit afectivo se producirá por proporcionar ayuda a los demás por encima de sus posibilidades. Los adultos maduros tienen una mayor capacidad afectiva ( WT > Ws) y, por tanto, el déficit se producirá cuando la ayuda que prestan a los demás les prive de la energía suficiente para sobrevivir. Las personas que tienden a ayudar a las demás sin esperar ni recibir ningún tipo de recompensa suelen experimentar un déficit afectivo. El déficit afectivo en los niños es algo que intuimos habitualmente, pero en los adultos suele pasar desapercibido.
Ahora bien, el déficit afectivo provoca que el cerebro esté sometido a un estrés excesivo debido a que, o bien tiene que atender a demasiadas situaciones que aún no está preparado para resolver, en el caso de los niños, o bien tiene que atender a demasiados problemas de otras personas, dejando de lado los propios problemas, en el caso de los adultos.
En los niños, el déficit afectivo se produce tanto por subprotección como por sobreprotección. La subprotección hace que el niño deba afrontar problemas sin tener la capacidad suficiente para superarlos, lo que conduce a un desarrollo desequilibrado de sus capacidades y de su personalidad. Por el contrario, la sobreprotección hace que el niño no adquiera los aprendizajes necesarios para sobrevivir, es decir, que sufra un grave déficit de desarrollo, de modo que, posteriormente, será incapaz de afrontar los retos que le imponga la vida. Ayudar al desarrollo de un niño significa protegerlo de las situaciones que no puede superar y desprotegerlo de (enfrentarlo a) las situaciones que sí tiene capacidad para resolver.
En los adultos, el déficit afectivo se produce cuando el trabajo de ayuda proporcionado a los demás merma su capacidad cerebral para atender a las propias necesidades. En general, todo adulto puede proporcionar una cierta cantidad de ayuda sin que, por ello, su cerebro no pueda atender a los requerimientos de su propia supervivencia. Pero existen muchas circunstancias que pueden favorecer el que un adulto sobrepase, sin darse cuenta, su límite personal de ayuda a los demás. Cuando esto ocurre, su cerebro pierde eficacia al tratar los problemas que incumben a su propia supervivencia y bienestar.
Por tanto, si un déficit afectivo persiste, el cerebro no dispone de suficiente capacidad para evaluar correctamente cada situación y empieza a procesar incorrectamente informaciones vitales para el organismo. Se produce, así, un aumento de la ineficacia del cerebro (disfunción neuronal) y sus consiguientes errores emocionales (Véase ¿Qué es la emoción?): cree tener hambre cuando no es así, cree que no hay peligro cuando en realidad sí existe, no tiene tiempo para pensar en sí mismo o no le preocupa el daño que se hace al fumar, etc. El resultado de esta persistente ineficacia es la aparición, tarde o temprano, de alguna forma de enfermedad o trastorno cerebral.
En resumen, creemos que una persistente falta de ayuda por parte de los demás (déficit afectivo) provoca un estrés cerebral o ineficacia cerebral que, a su vez, acaba produciendo enfermedades y trastornos de muy diversa índole, dependiendo de factores tales como la predisposición genética, la cultura o los determinantes ambientales.
Aunque parece que el déficit afectivo está en el origen de muchas enfermedades, no determina, sin embargo, la forma particular que adoptan. Esto es debido a la enorme complejidad del cerebro y a su función central en el devenir de todo el organismo. Una disfunción cerebral puede afectar a cualquier función del organismo y de cualquier forma posible. Las combinaciones son casi infinitas y, por tanto, las sintomatologías son muy diversas. Puesto que es imposible desentrañar la estructura de la información almacenada en el cerebro, sólo podemos aproximarnos a ella a través de los elementos externos que la configuran.
Simplificando, podemos decir que al cerebro le llegan tres tipos básicos de información: en primer lugar, información genética que le viene dada por la naturaleza particular del organismo en el que se encuentra, incluido él mismo (información acerca del 'hardware'). El cerebro tiene que controlar un enorme número de variables orgánicas que están definidas genéticamente (corazón, metabolismo, estómago, circulación sanguínea, huesos, músculos, etc.). En segundo lugar, el cerebro tiene que operar con información cultural, que en el caso de la especie humana adquiere su máxima expresión. Conocimientos, valores, normas sociales, símbolos, etc. constituyen informaciones muy complejas que operan directamente en y desde el cerebro (programas de actuación o 'software'). Finalmente, el cerebro tiene que procesar un gran flujo de información ambiental determinada por las condiciones externas en las que debe operar el organismo. La interrelación e integración de estas tres modalidades de información en cada cerebro particular determina la forma concreta en la que se manifiestan las disfunciones cerebrales en ese organismo. Así, podemos hablar de la incidencia simultánea y variable de los tres factores en la determinación de la sintomatología particular de cada caso.
Los factores genéticos o predisposiciones genéticas son muy importantes porque determinan los puntos estructurales más débiles del organismo. De esta forma, la ineficacia cerebral tenderá a manifestarse en primer lugar en aquellos puntos del organismo estructuralmente más débiles. Pero las enfermedades no aparecen por el simple hecho de tener una predisposición genética. Es necesario que el cerebro cometa muchos errores para que se manifiesten en el lugar donde señalan los genes del enfermo. El avance de la investigación genética nos permite conocer mejor cuales son los puntos débiles del organismo y ayudar a prevenir que se colapsen. Pero, para prevenir que una predisposición genética se manifieste en enfermedad, será necesario contar también con los déficits afectivos que puedan provocar la enfermedad.
Una de las razones por las que se hace difícil ver en la práctica la relación entre el déficit afectivo y la enfermedad es la enorme resistencia de nuestro organismo frente a las anomalías. Miles de millones de años de evolución a nuestras espaldas nos han dotado de un organismo capaz de resistir grandes pruebas. Es por ello que, con frecuencia, sólo al cabo de varios años un déficit afectivo se manifiesta en enfermedad, lo que dificulta enormemente ligar ambos hechos.
No obstante, esta situación parece estar cambiando debido a que, desde la Revolución Industrial, la selección genética está desapareciendo. Cada nueva generación de hombres industriales incorpora variantes genéticas endebles, cuando no perniciosas, que no desaparecen debido a que las condiciones de extremada abundancia permiten su reproducción, pasando a formar parte del acervo genético de la población. El resultado es que cada nueva generación humana es más débil genéticamente que la anterior. Por tanto, es de esperar que el tiempo necesario para que un déficit afectivo se manifieste en enfermedad se irá acortando en las próximas generaciones y se hará más patente su incidencia en la salud de los seres humanos.
Pero no sólo intervienen factores genéticos para señalar los puntos débiles del organismo. Otro gran grupo de factores son los culturales. La cultura, o información almacenada físicamente en el cerebro, constituye el 'software' vivo del organismo y determina una gran parte de su orientación conductual. Predispone al cerebro para atender diferencialmente a unos estímulos frente a otros, a dar más importancia a unas cosas que a otras. Por tanto, también podemos hablar de predisposición cultural a determinadas enfermedades.
Un ejemplo servirá para ver cómo actúa la predisposición cultural. Supongamos que una persona da una enorme importancia a su imagen externa, a como le ven los demás. Su cerebro estará programado para atender, en primera instancia, a todo aquello que pueda afectar a su imagen externa. Por lo tanto, el cerebro tenderá a descuidar más las funciones de órganos internos, que no tienen una manifestación externa. El resultado será que, si esta persona está sometida a un déficit afectivo crónico, padezca una enfermedad que retrase al máximo su manifestación externa, como por ejemplo infarto, cáncer, etc. Es decir, factores culturales han determinado o limitado la localización de una enfermedad.
Otro ejemplo muy frecuente es cuando una persona tiene un alto grado de responsabilidad frente a los demás y, por tanto, no puede permitirse el 'lujo' de estar enferma. Durante muchos años no manifiesta ningún síntoma ni ninguna debilidad. Pero llega un día en que, inexplicablemente, cae enferma, de forma grave e irreversible, sin esperanza alguna de recuperación. La incidencia de los factores culturales, tales como la imagen externa o la responsabilidad frente a los demás, es aún muy poco conocida y es necesario aumentar su investigación.
Por último, también hay que destacar los factores ambientales, como los geográficos y los socioeconómicos. Las enfermedades se distribuyen heterogéneamente según el hábitat y el nivel socioeconómico de los enfermos. Se sabe muy bien que la alimentación, la luz solar, la contaminación atmosférica, la humedad relativa, y miles de factores ambientales determinan la manifestación de una enfermedad. Igualmente, el nivel económico y social determina el acceso a determinados recursos que inciden sobre la aparición de determinadas enfermedades. Este grupo de factores, junto con los genéticos son los más estudiados y conocidos actualmente.
Una analogía nos servirá para ejemplificar esta idea. Imaginemos que colocamos una olla a presión sobre un fuego, llena de agua y con sus válvulas de seguridad soldadas. Sabemos que tarde o temprano estallará. ¿Cuál ha sido la causa de su explosión? Sin lugar a dudas, el calor que ha recibido ha producido un incremento de la presión interna por encima de su límite de resistencia. Por tanto, la causa de la explosión ha sido el excesivo calor recibido. Pero ¿cuál será el lugar por el que estallará o de qué forma estallará? Sólo podemos saber que estallará por su punto más débil y este dependerá de múltiples factores. Las impurezas en el material, la calidad de la fabricación, la resistencia de las soldaduras, etc., son factores que decidirán el lugar, el momento y el modo en que se producirá el estallido de la olla.
Lo que queremos plantear es que la enfermedad no infecciosa de un organismo, derivada de una ineficacia cerebral, es como el estallido de la olla. La enfermedad producida por un déficit afectivo se manifiesta en el punto más débil del organismo que está determinado por la interrelación simultánea de múltiples factores genéticos, culturales y ambientales.
En el siguiente cuadro tratamos de resumir este planteamiento conocido como 'enfoque biopsicosocial'. El enfoque biopsicosocial se ha desarrollado en estos últimos años debido a la creciente conciencia de que en la enfermedad no sólo están involucrados los problemas orgánicos específicos sino que, además, existen importantes factores psicológicos y sociales que intervienen en el origen y en el curso de muchas enfermedades (Véase los links de biopsicosocial).
Nuestro planteamiento es que un déficit afectivo significativo acaba produciendo algún tipo de disfunción neurológica, es decir, una disminución de la eficacia con que el cerebro procesa la información vital para la supervivencia del organismo. Esta situación, junto con un conjunto complejo de factores genéticos, culturales y ambientales, determina la manifestación de una sintomatología particular.
En general, podemos distinguir cuatro grandes clases de manifestaciones de sintomatologías neurológicas:
trastornos psicológicos: depresión, angustia, fobia, obsesión, etc.
conductas de riesgo: conducción temeraria, drogas, sobre o sub alimentación, etc.
déficits de desarrollo: fracaso escolar, laboral, reproductivo, etc.
comportamientos violentos: asesinatos, malos tratos, violaciones, robos, etc.
Los factores genéticos, culturales y ambientales son los que determinan la manifestación concreta en cada paciente particular. Pero los cuatro tipos de anomalías se derivan de un pobre e ineficaz rendimiento del cerebro en su tarea de procesar la información necesaria para lograr la supervivencia y la salud del organismo.
Las enfermedades no producidas por virus ni bacterias, tales como el cáncer, el infarto o la obesidad, por ejemplo, están íntimamente asociadas a los trastornos psicológicos y a las conductas de riesgo fundamentalmente.
En general, la ineficacia cerebral, producida por un déficit afectivo sistemático, produce algún trastorno en el funcionamiento cerebral que se manifiesta en algunas de las anomalías mencionadas. Estas, a su vez, acaban produciendo el padecimiento de alguna enfermedad somática. No obstante, creemos que una ineficacia cerebral puede traducirse directamente en una enfermedad somática, aunque no suele ser lo usual.
Por último, creemos que existen razones para pensar que incluso en las enfermedades infecciosas existe una incidencia del déficit afectivo. Aunque dichas enfermedades están causadas por agentes microbianos, es sabido que el organismo dispone de mecanismos de defensa frente a ellos. Y, por lo que sabemos del cerebro, la capacidad inmunológica de un organismo está afectada por el funcionamiento cerebral de forma directa y, sobre todo, indirecta. Por tanto, la debilidad de un organismo frente a los ataques microbianos también puede atribuirse a la existencia de un déficit afectivo.
En resumen, planteamos la hipótesis de que muchas de las enfermedades no microbianas y la mayoría de los trastornos del comportamiento están causados por un importante déficit afectivo en el enfermo y que múltiples factores (genéticos, culturales y ambientales) determinan la forma en que se manifiesta la enfermedad y su sintomatología.
Por tanto, el diagnóstico de la enfermedad debería incluir un análisis de las relaciones afectivas del enfermo con el fin de determinar la existencia de un probable déficit afectivo. Así, además de hacer el tratamiento oportuno de la sintomatología, se podría tratar de orientar al enfermo para resolver determinadas relaciones deficitarias que están en el origen de la enfermedad. Si no se actúa también sobre la causa de la enfermedad, es de esperar que la misma, u otra enfermedad se vuelva a manifestar al cabo de un cierto tiempo, y así, sucesivamente.
Ahora bien, una vez que se ha producido una enfermedad, es un error pensar que puede curarse mediante la eliminación del déficit afectivo que la provocó. Aunque el organismo tiene una cierta capacidad de auto recuperación, una enfermedad suele ser, en la mayoría de los casos, una degradación irreversible que sólo puede recuperarse mediante una intervención médica externa adecuada. Es decir, el diagnóstico de un déficit afectivo y su disminución o eliminación sólo produce efectos preventivos de la enfermedad, no curativos.
A veces ocurre que cuando una persona cae enferma gravemente, hace un cambio importante en sus relaciones afectivas, logrando disminuir, cuando no erradicar, los déficits afectivos existentes. El paciente no tiene conciencia de ello, pero el resultado suele ser una recuperación muy satisfactoria y un pronóstico favorable. Muchos cambios en las relaciones afectivas se producen como consecuencia de una enfermedad. La Biopsicología puede jugar un papel importante en la orientación y asesoramiento del enfermo para que este proceso no ocurra sólo de forma esporádica y azarosa. Es en este sentido que creemos que la Biopsicología puede ayudar a la Medicina en su objetivo final de lograr el bienestar y la salud de las personas.
Educación afectivo sexual
Magdalena Rodríguez de la Vega .
Miguel Garza de la Huerta
Asesores del Proyecto PESEGPA en el D. F.
Resumen:
Se parte de una concepción amplia de sexualidad que la ubica en su contexto personal y social, para reflexionar acerca de la relevancia de la educación afectivo sexual. en el proceso de aprendizaje de los alumnos Se reconoce que el plan y los programas de la SEP contienen una propuesta que responde a las necesidades de desarrollo y convivencia y se ofrece un conjunto de materiales que problematizan las concepciones de sexualidad y educación sexual, a la vez que invitan al maestro ampliar su perspectiva a este respecto, planteándole el abordaje de los distintos contenidos de la educación afectivo sexual desde una perspectiva transversal, a partir de estrategias que posibilitan la construcción de conocimientos y el desarrollo de habilidades y actitudes en los educandos cuya finalidad sea el mejoramiento de la calidad de las relaciones que establecen consigo mismo y con los demás
Introducción
La sexualidad es una dimensión básica del ser humano, de su desarrollo armónico depende la satisfacción de necesidades humanas esenciales como la búsqueda del otro, el deseo de contacto, de intimidad, de seguridad emocional, de expresión afectiva, de placer, de ternura y de amor. La sexualidad es construida a través de una constante interacción entre el sujeto y el entorno familiar y social en la cual cimienta su identidad; en consecuencia se puede afirmar que las acciones educativas, al favorecer el desarrollo armónico de la sexualidad no sólo contribuyen al bienestar individual, sino al interpersonal y social en el que los educandos se desenvuelven.
En esta sección se concibe la educación afectivo sexual desde una perspectiva amplia, que va más allá de la mera transmisión de información acerca de la anatomía y fisiología de la reproducción, para dimensionarla como un proceso social y cultural más amplio, por medio del cual se pretende que los educandos aprendan a vivir de manera autónoma y responsable las distintas opciones de su sexualidad, al asumirse como seres sexuados capaces de establecer relaciones interpersonales solidarias, gratificantes y equitativas.
Aunque es apenas en fechas recientes que en el Plan y los Programas educativos de nuestro país se han incorporado de manera explícita los temas concernientes a la educación afectivo sexual, resultaría erróneo pensar que con anterioridad estaba excluida toda referencia al tema; antes bien, en distintos tiempos y lugares los educadores han tenido que ocuparse del tema, de manera más o menos consciente y con propósitos no siempre explícitos.
La educación sexual recibida por muchos de quienes hoy son adultos, más allá de la información contenida en los libros de texto empleados, era una mezcla de omisión de estos temas en el trabajo formal de las aulas, de represión, cuando la sexualidad hacía acto de presencia en la escuela y de un abordaje subrepticio de la misma por parte de los educandos, con la consecuente carga de clandestinidad y culpa. Incluso en la actualidad subsiste en muchos maestros y maestras el temor de responder, desde una perspectiva formativa, a las imperiosas demandas educativas que en virtud de su proceso de desarrollo manifiestan los niños y jóvenes que asisten a las escuelas de educación básica.
En el caso particular de la Dirección de Educación Especial, el área de educación sexual ha trabajado desde el año de 1983, con el fin de brindar una respuesta educativa la problemática experimentada por los maestros en el manejo de las manifestaciones de la sexualidad presentadas por los alumnos atendidos por los servicios y desde su creación se ha preocupado por propiciar en los alumnos y alumnas, la autodeterminación consciente y responsable de su sexualidad.
En el Plan y los programas de estudio de cada nivel educativo, implantados en nuestro país a partir del año de 1993, la educación sexual, la equidad de género y la prevención de las adicciones, se encuentran integrados al currículo de la enseñanza básica como ejes temáticos para ser desarrollados desde Preescolar, en las asignaturas de ciencias naturales y civismo en Primarias y formación cívica y ética y biología en la secundaria; para el trabajo con la comunidad educativa la SEP ha puesto a disposición de los maestros un conjunto de materiales: -libros de texto, libros para el maestro, la colección Libros de papá y mamá, diversos títulos de Los libros del rincón, entre otros materiales.
Pese al avance que ha significado esta acción, aún subsisten en nuestro país muchas problemáticas sociales relativas al ejercicio de la sexualidad, tales como los embarazos en adolescentes, la creciente presencia de infecciones de transmisión sexual, el aborto clandestino, el abuso sexual en sus diferentes manifestaciones; situaciones que, entre muchas expresiones de la sexualidad, le demandan a la escuela, al igual que a otras instituciones, esfuerzos más sistemáticos y decididos para contribuir al desarrollo de competencias que lleven a los alumnos y alumnas a mejorar la calidad de las relaciones interpersonales orientadas a fomentar el buen trato.
Para ello, el propio currículo establece como propósitos educativos un conjunto de contenidos y estrategias metodológicas que van más allá de la mera transmisión - apropiación de información concerniente a la anatomía y funcionamiento de los órganos sexuales, para incluir la promoción de aprendizajes significativos en las materias de Ciencias Naturales y Formación Cívica y Ética, que contemplen la construcción de conocimientos y el desarrollo de habilidades y actitudes en los educandos, encaminados a la comprensión y adquisición de conocimientos respecto del proceso de desarrollo, la esfera afectiva y la vida sexual y reproductiva, en el marco de una educación que fomente el desarrollo y ejercicio de valores tales como el respeto, el amor, la responsabilidad, la tolerancia, la solidaridad y la equidad.
Los distintos documentos que aquí se presentan son contribuciones recientes que problematizan las concepciones cotidianas de la sexualidad y de la educación sexual que hasta la fecha han permeado la práctica docente, que analizan distintas problemáticas sociales vinculadas con el ejercicio de la sexualidad, su impacto en la vida personal y social y sus implicaciones desde la perspectiva de la educación, y se espera que enriquezcan la comprensión del maestro acerca de la naturaleza de la sexualidad, su desarrollo, sus diferentes manifestaciones así como de las distintas alternativas educativas que permiten programar y llevar a cabo acciones en la escuela y el aula, a fin de lograr que los educandos construyan aprendizajes que repercutan en una mejor calidad de las relaciones interpersonales que establecen como seres sexuados.
El criterio elegido para ser incluidos en esta sección es el de que van más allá del manejo de los contenidos desde la perspectiva de las asignaturas, al sustentar un tratamiento transversal de las distintas necesidades educativas vinculadas con el aprendizaje de la convivencia en el contexto del aula – escuela, que en función de su proceso de desarrollo presentan los alumnos de los distintos niveles. Así mismo constituyen un complemento valioso a los materiales que la Secretaría de Educación Pública ha elaborado para el trabajo en la escuela -programas de estudio, libros del maestro, libros de texto, entre otros-, encaminados a desarrollar competencias docentes para la consecución de los fines educativos propuestos.
La presente sección está integrada por una serie de artículos que pretende servir de apoyo a todos los involucrados en la acción educativa para enriquecer la comprensión de los distintos temas transversales abordados en el disco, ampliar la perspectiva de su abordaje en la práctica cotidiana en la escuela y a la vez ofrecer elementos de reflexión para ampliar el horizonte crítico de cada uno de los temas.
El criterio de la inclusión de cada uno de los artículos en este apartado, responde a la necesidad de ampliar el horizonte de comprensión que le exigen al maestro la presencia de problemáticas sociales relativas a los prejuicios, mitos, ignorancia y abusos que enmarcan en nuestra sociedad al hecho sexual; a la ominosa recurrencia del maltrato y el abuso sexual infantil en nuestras comunidades y sus implicaciones en la convivencia armónica entre los individuos; a la necesidad de enriquecer la comprensión acerca los procesos de desarrollo social, afectivo e intelectual de los educandos, en especial la de aquellos que tienen alguna discapacidad; a la demanda social de promover una relación más equitativa entre los géneros, y a la urgencia de emprender acciones preventivas para combatir las adicciones.
Sexualidad y educación sexual
Secretaría de Educación Pública. Sexualidad infantil y juvenil. Nociones introductorias para maestras y maestros de educación básica México, 2000.
El desarrollo integral del ser humano ha sido el propósito que ha guiado la educación básica en México Esta orientación indica que la escuela y el trabajo del profesor, además de contribuir al desarrollo sistemático de las habilidades intelectuales y a la adquisición de conocimientos básicos, deben contribuir a la formación de actitudes y valores fundamentales que permitan a los individuos desarrollar plenamente sus potencialidades, integrarse a la sociedad y participar en su mejoramiento.
Durante mucho tiempo el conocimiento y la reflexión sobre la sexualidad se mantuvieron al margen de la acción educativa sistemática y, en el mejor de los casos, se limitó a la transmisión de información sobre aspectos anatómicos y fisiológicos, soslayando sus dimensiones afectiva y ética. El presente libro tienen como propósito ofrecer a los profesores información básica y compartir algunas reflexiones para lograr que la educación sexual adquiera cada vez mayor naturalidad en nuestras escuelas y para que el maestro disponga de un marco de referencia para tomar decisiones ante situaciones imprevistas, ante las preguntas o dudas de sus alumnos o para orientara las madres o a los padres de familia en cuanto a la sexualidad de sus hijos.
Con base en los aportes del Psicoanálisis, la autora reflexiona acerca de la sexualidad infantil y los límites y alcances de su educación, sosteniendo que no basta el esclarecimiento de los hechos de la vida sexual, toda vez que la sexualidad introduce al niño en la falta, condición del deseo. De este modo, sostiene que la reproducción sexuada enfrenta al humano con su propia fragilidad y a la ardua y lenta comprensión de que el universo humano hay hombres y mujeres.
(Aquí va sexualidad infantil y juvenil)
LAS RELACIONES AFECTIVAS EN LA EDUCACIÓN, LA GRAN DIFERENCIA
Por: Azucena Bravo Zequeira*
(nov 2007)
“La verdadera educación consiste en sacar a la luz lo mejor de una persona”
Gandhi
“La letra con sangre entra”…. no hay afirmación más equivocada y cruel que ésta, sin embargo retrata una realidad que correspondió a un momento histórico de nuestra educación en México. Afortunadamente el enfoque en la educación ya es totalmente diferente y las relaciones afectivas juegan un papel preponderante, marcando la gran diferencia en los resultados de los aprendizajes y su repercusión de los mismos en la vida de los alumnos.
Es importante primero resaltar el significado del afecto: “hecho espiritual (no material) de difícil explicación que se manifiesta en nuestras emociones; todo acto (comportamiento) de ayuda, cuidado, etc. que contribuya a la supervivencia de otro ser vivo” (M.P. González, E. Barrull. Biopsychology). Igualmente importantes es la relevancia del afecto, ya que este es una necesidad primaria para el ser humano, sin exagerar, como lo es el oxígeno, ya que es imprescindible para la supervivencia de los seres humanos y no puede sustituirse.
El afecto está íntimamente ligado a las emociones y es algo que fluye entre las personas, algo que se da y se recibe, es algo esencial para la especie humana, en especial en la niñez y la enfermedad, sin embargo proporcionar afecto es algo que requiere esfuerzo y culturalmente estamos poco acostumbrados a demostrarlo; sobre todo en un escenario educativo, donde sólo vamos a enseñar, no a mostrar afecto, reconocer que lo que experimentamos como afecto son todos los actos (hechos, comportamientos) por los cuales una persona ayuda a otra, de la forma que sea, proporcionándole protección y conocimientos, resolviéndole problemas, apoyándole en los momentos difíciles, etc., de ser así, habremos dado un paso de gigante hacia la comprensión y el dominio de los fenómenos afectivos.
Por otro lado y contradiciendo la definición del autor de referencia, el afecto es un hecho físico, real y no espiritual y si somos capaces como docentes de ver esto, podemos ser capaces de hacer las relaciones afectivas una herramienta y un vínculo básico con nuestros alumnos.
Refiriéndonos a las perspectivas pedagógicas desde la pedagogía tradicional, pasando por la tecnología educativa, escuela nueva hasta la didáctica crítica, todas carecen o han carecido en mayor o menor medida de las relaciones afectivas.
“El alumno aprende mejor en una comunidad de aprendizaje atenta y bien integrada” (Jere Brophy, La Enseñanza). Un ambiente de aprendizaje propicio proporciona aprendizajes eficaces, teniendo en cuenta el cuidado y atención que involucra la relación maestro-alumno y alumno-alumno y trascienden las diferencias de género, cultura, religión status socioeconómico, discapacidad o cualquier otra diferencia individual. En estos contextos se pretende que los alumnos utilicen los materiales educativos con responsabilidad, participen activamente en las clases y contribuyan al bienestar personal, social y académico de todos los miembros del grupo en un ambiente afectivo propicio.
Con la finalidad de generar un clima que permita construir una verdadero ambiente de aprendizaje en la clase, los maestros deben desplegar los atributos personales que los conviertan en maestros con misión educativa y ejes de socialización, mostrando en primer lugar respeto, un ánimo alegre, una actitud amistosa, madurez emocional, sinceridad e interés por sus alumnos como personas con individualidad, virtudes, defectos y personalidad propia y como estudiantes. El profesor debe mostrar preocupación y afecto por los alumnos, estar atento a sus necesidades y a sus estados de ánimo y trabajar con ellos para que a su vez, muestren estas mismas características en la relación con sus compañeros y sus seres queridos.
El profesor debe crear dinámicas en los escenarios educativos, donde sus principales actores desarrollen los contenidos y aprendizajes esperados juntos, interactuando donde también se tome en cuenta su cultura familiar, para poder trasladar los aprendizajes de la escuela al hogar y el profesor pueda establecer relaciones cooperativas con los padres de familia y estimular la participación activa en el aprendizaje de sus hijos.
El profesor promueve una actitud de aprendizaje al proponer actividades y destacar lo que el alumno aprenderá de ellas, al tratar los errores como parte natural del proceso de aprendizaje y al alentar y motivar a los estudiantes a trabajar en equipo, ayudándose entre sí. También les enseña a hacer preguntas sin inhibirse, a hacer contribuciones sin temor a ridiculizar con base en el respeto de todos, y colaborar sin distinción de género y en grupos en todas las actividades de aprendizaje.
La motivación de este ensayo surgió del texto de “Educación, globalización y pobreza en América Latina” de José Rivero, en el apartado de las Insuficiencias de las reformas en materia de equidad, específicamente la que se refiere a “Maestros empobrecidos no preparados para trabajar con pobres”, y el cual se refiere a un estudio de la UNESCO que señala un descubrimiento muy importante en el sentido de que “el clima favorable para el aprendizaje en el aula, por sí solo, influye más en los aprendizajes que el efecto de todos los demás factores” y yo agregaría en un ambiente donde los valores y el afecto sean lo más importantes.
Existen testimonios, inclusive llevados a la pantalla sobre como los lazos de afecto entre el maestro y sus alumnos marcan la gran diferencia, tal es el caso de la cintas “La sociedad de los poetas muertos” del director Meter Weir, con Robin Williams, donde los métodos didácticos del profesor nos muestran una libertad de pensamiento, buscando hacer personas pensantes y donde la pasión y la poesía son sus principales medios de sensibilización y de estrecha relación afectiva con sus alumnos, y “Con ganas de triunfar” del director Ramón Menéndez con Edward James Olmos, donde nos muestra como un profesor es capaz de desarrollar el potencial de unos chicos en un mundo con cero de posibilidades a través del afecto, haciéndolos capaces de ganar un concurso de álgebra a nivel nacional.
Como conclusión, creo que una “revolución afectiva” sin importar el nivel educativo, significaría un avance gigantesco, tremendamente significativo para el futuro de la educación y para el futuro de los niños y jóvenes de nuestro país o del mundo, y es algo que no nos cuesta nada, pero representa la gran diferencia en muchos casos para continuar estudiando o abandonar los estudios, ya que desgraciadamente la desintegración familiar y la falta de valores en nuestra sociedad, hacen que para algunos niños el único afecto que puedan recibir sea el de sus profesores.
V. Azucena Bravo Zequeira ( azucenabravoz@hotmail.com ) es alumna de la Maestría en Formación Permanente en el Centro Internacional de Prospectiva y Altos Estudios (CIPAE).
Relaciones llenas de amistad y comprensión
Calidad en las relaciones personales y profesionales
Autor: Hugo F. González
LIDERAZGO
Las personas son conscientes de la necesidad de mejorar la calidad de productos y servicios, y empresas y países consideran a la calidad como factor de éxito.
Los ciudadanos tomaron conciencia de que el sector público es sólo otra "empresa" de la que ellos son clientes y no usuarios.
Esta exigencia de calidad en productos y servicios sólo se logrará si existe calidad personal. El aspecto humano de la calidad impone a la calidad personal como la base de todas las calidades.
Los líderes transformadores hacen que la gente se sienta fortalecida.
Capacitan a otros para que tengan un sentido de propiedad y responsabilidad hacia el éxito de su grupo. Los líderes creíbles saben que cuando los colaboradores se sienten fuertes, capaces y eficaces es posible esperar logros importantes.
Los colaboradores que se sientes débiles, incompetentes e insignificantes tienen pobre rendimiento, desean abandonar la organización (o se quedan a su pesar) y son propensos al desencanto, e incluso a la oposición.
El liderazgo es una colección de prácticas y conductas y no tan sólo una posición jerárquica. Es por eso que se lo definió como el arte de movilizar a otros para que deseen luchar en pos de aspiraciones comunes. Lo cual está ligado estrechamente al proceso de innovación, incorporación de nuevas ideas, métodos y soluciones.
La honestidad y el respeto son valores fundamentales de la nueva cultura empresarial. Pero... demasiado a menudo los ejecutivos no hacen lo que dicen, proclaman discursos en un sentido y actúan en otro, demostrando la existencia de profundas contradicciones entre el pensar, el sentir, el decir y el hacer, en el seno de la organización. Esos dirigentes no tienen en cuenta que los colaboradores sólo confían en ellos cuando sus palabras coinciden con sus actos. Es que los colaboradores:
Necesitan ver que su líder es capaz y efectivo, que su competencia va más allá de su capacidad tecnológica.
Necesitan ver y creer que su líder es capaz de expresar con confianza una imagen atractiva del futuro.
Necesitan ver, creer y confiar que posee la capacidad de llevarlos hasta la meta.
Las situaciones de liderazgo más efectivas son aquellas donde cada miembro del equipo posee confianza y se compromete con el éxito de todos.
La confianza es un requisito vital del liderazgo
La confianza no resuelve por sí sola los problemas, la confianza brinda ayuda. Ayuda a reducir las interferencias, ayuda a potenciar las comunicaciones al disminuir las barreras que impiden la transmisión y lograr la comprensión total del mensaje, ayuda a disminuir las diferencias de opiniones, ayuda a potenciar la adopción de mejores decisiones. Ayuda a formar aceitados y armónicos grupos de trabajo, ayuda al logro de resultados.
En una investigación sobre credibilidad y liderazgo se hacía estas preguntas ¿Cómo sabe si alguien es creíble? ¿Cómo definiría la credibilidad en términos de conducta? ¿Cómo reconoce a los líderes creíbles?
Algunas respuestas obtenidas fueron: "Practican lo que predican". "Ponen manos a la obra". "Sus actos son coherentes con sus palabras". "Hacen lo que dicen que harán".
En consecuencia la conclusión sería HLQDQH: Haga lo que dice que hará. Sin embargo esto puede resultar insuficiente. El liderazgo comprende representar a grupos de personas que tienen necesidades, intereses, valores y visiones no siempre coincidentes. Por lo tanto para dar el ejemplo es necesario actuar en un conjunto colectivo de objetivos y aspiraciones.
La nueva conclusión entonces será HLQNDQH: Hacer lo que nosotros decimos que haremos. Que impone al líder:
Clarificar los valores personales y creencias de los miembros del equipo, unificar a los colaboradores en torno a valores compartidos, prestar atención constantemente al modo en que todos defienden sus valores, y prestar atención al modo que él mismo defiende sus valores.
Lamentablemente es común ver a ciertos dirigentes compitiendo con sus colaboradores. Esta conducta perturba las comunicaciones y altera las relaciones: el jefe inseguro no deja opinar o desoye opiniones de quién tenga menos jerarquía, es autocrático con sus empleados y sumiso con sus superiores.
Debido a que los empleados prestan más atención a lo que los ejecutivos hacen que a lo que dicen, esta incoherencia lleva al fracaso de muchas iniciativas de cambio tanto en los aspectos personales como en los organizativos. Es que la organización no actúa, la gente que se desempeña en la organización es la que actúa basada en los distintos tipos de mensajes que recibe.
La confianza es un requisito previo en la comunicación
Escuchamos a aquellos en quienes confiamos y aceptamos su influencia. El mayor problema de la falta de confianza es que la gente deja de comunicarse. Si la comunicación se frena pueden sobrevenir varias consecuencias negativas tales como confusión, tensión, reducción de la productividad, resentimiento, frustración e incapacidad de los empleados para realizar el trabajo.
De continuo interactuamos con personas con las cuales debemos comunicarnos con éxito y a veces no lo logramos. Posiblemente cambiaría este estado de cosas si fuese posible establecer relaciones más armónicas, para lo cual es necesario disponer de dos cualidades:
La empatía. Que es la capacidad de ponerse en situación de la otra persona, tratando de comprender sus puntos de vista y sentimientos.
La asertividad. Que es la facultad de decir lo que se siente o lo que se piensa sin herir a la otra persona.
Es conocido que la comunicación franca y sincera se da cuando emisores y receptores se brindan mutuamente confianza. A pesar de lo cual los resultados de varios estudios sobre capacidad organizativa y actitud de los empleados definen carencias en compartir información. Aceptando que la comunicación es una avenida de doble vía de circulación es posible comprender que brindar información y buscar intercambio de ideas y opiniones es un recurso necesario para la comprensión de objetivos y logro de resultados.
Expresado de otra manera: si se desea el éxito la comunicación nunca es poca.
Cuando la empatía y la asertividad no están presentes en la relación y existen otros inconvenientes que dificultan la comunicación es cuando se afirma que se está tratando con "gente difícil", referido tanto a jefes, colegas y empleados. Esa gente difícil es posible encuadrarla de la siguiente manera:
Los dictadores. Que tratan de intimidar y controlar, no admiten críticas, son rígidos y dados a dictar sentencia y suelen enojarse fácilmente (a veces imprevistamente). La manera de controlarlos es no tomando de manera personal sus arrebatos ni discutir. Resulta conveniente esperar a que terminen su explosión de furia antes de lograr su atención. Siendo fundamental no ceder, no humillarse ni mostrarse vulnerable. Teniendo la certeza que no son más duros que el interlocutor... a pesar de que intentan demostrarlo con su actitud.
Los falsos. Son quienes no actúan de frente y realizan comentarios humillantes por la espalda, suelen ser envidiosos y cuando atacan buscan aliados que compartan su opinión, en tanto que se esconden simulando que no han hecho nada malo. Al respecto tenemos presente la forma de actuar de un dirigente que cuando se encontraba en reunión solía llamar por teléfono a colegas y o a empleados para realizarle alguna consulta, exagerando la comunicación gestual de desacuerdo (aunque no lo verbalizara) buscando la complicidad de quienes lo acompañaban. La manera de controlarlos es que no crean que se salieron con la suya. No reírse de sus salidas, responder en el acto y oír sus protestas de inocencia. Eso sí: no subvalorizar su poder de destrucción dado que son malos enemigos y en caso de tratarse de su jefe... comience a buscar otro trabajo.
Los reservados. Cerrados en sí mismos y habitualmente silenciosos no expresan por que están callados, responden con monosílabos y suelen eludir los compromisos. Para controlarlos es conveniente realizar preguntar abiertas de tal forma que no puedan responder sí o no. Es conveniente no romper el silencio hasta que no tengan más salida que definir su postura. No critique su actitud de guardar silencio pero tampoco pida disculpas por forzarlos a que la abandonen.
Los sabelotodo. Dotados de un aire de superioridad opinan de cualquier tema como si supieran todo de todo y de todos. Les cuesta admitir opiniones diferentes y acostumbran ser muy críticos. Consejo: no trate de superarlos, no lo logrará dado que poseen un inigualado arsenal de argumentos. Cuando tenga discrepancias pregunte y repregunte para que ellos mismos lleguen a la conclusión que Ud. busca. De no existir otra posibilidad más que la oposición, hágalo con argumentos concretos y demostrables. ¡Ah! Y ríase todo lo que pueda, el humor atenúa el stress.
Los indecisos complacientes. Súper amables, inseguros, lentos para tomar decisiones tratan de no adoptar posiciones extremas. Generalmente necesitan que la gente los aprecie. Ayúdelos a decidirse, orientándolos sobre prioridades o en los procesos de toma de decisiones. Una vez tomada esta, apóyelos reforzando su posición... y vigile que cumpla.
Los críticos. Siempre encuentran fallas a todo lo que lo rodea, su tono es de reproche, siempre manifiestan la culpa de otros, pero no aportan soluciones para solucionar los problemas sobre los cuales se quejan. Enfréntelos y manifieste su desacuerdo, bríndeles poco tiempo.
Reconozca los puntos importantes de la crítica y pida ideas y soluciones. Y si puede ignórelos: no son buenos compañeros para compartir un café.
Los negativos. Ven los problemas pero no las soluciones, son pesimistas y abruman convirtiendo en montañas a los granos de arena. Escuche los inconvenientes y problemas que plantean (a veces son buenos analistas) pero no les crea que no existe solución.
¿Quién no identifica a gente de su entorno con algunas de estas características? Con sinceridad: ¿No actúa Ud. a veces como alguno de ellos? Todas esas personas poseen cualidades positivas que será necesario reconocer y aceptar.
La confianza es un requisito fundamental en la capacitación
Cada vez son mayores las exigencias de actualizaciones tecnológicas y la necesidad de contar con recursos humanos motivados, capacitados y adecuados en su conformación para afrontar difíciles situaciones coyunturales, como la actual etapa recesiva. En este tipo de situaciones es importante el aporte del Departamento de Recursos Humanos de la Organización.
Cuando existen problemas puntuales la tarea de RR. HH. No debe ser solucionarlos sino asegurar que los dirigentes posean la capacidad necesaria para responder efectivamente a inquietudes y demandas y que los empleados estén capacitados para enfrentar y superar nuevos desafíos.
Es decir: su valor agregado es desarrollar el capital intelectual de la organización transformando las capacidades individuales en capacidades integrales. Ello obliga dinamizar el proceso de capacitación y desarrollo de los recursos humanos encargados de brindar respuestas efectivas dirigidas a satisfacer los ritos culturales de calidad y productividad, de modo de cumplir con el propósito de tener las personas adecuadas, en el sitio adecuado, en el momento adecuado para alcanzar objetivos y fines organizacionales. Lo cual demandará indagar: ¿Qué competencias existen? ¿Qué competencias serán necesarias? ¿Cómo medir el logro de las nuevas capacidades?
La disposición de los colaboradores a veces no se corresponde con las capacidades que poseen. Dado que en el plano de los hechos la voluntad y la capacidad son dos cosas distintas.
Razón por la cual al establecer programas de capacitación impone definir:
Que es imposible capacitar a todas las personas en todos los temas.
Que el colaborador debe adecuarse a los cambios, teniendo presente que la estabilidad laboral puede estar ligada a esa adecuación.
Que no toda la capacitación es responsabilidad de la empresa: también el empleado es responsable de su desarrollo .
Relaciones personales y profesionales .
Siendo la calidad personal la base de todos los demás tipos de calidad resulta imprescindible que los integrantes de la organización observen la necesidad de:
Cumplir las promesas.
No sólo poner el cuerpo, también el alma, tanto en el trabajo como en el hogar.
Compartir éxitos y fracasos del grupo al que se pertenece.
Tomar la iniciativa, convirtiendo los pensamientos en acción.
Invertir tiempo en las demás personas, escuchando atentamente lo que dicen y colaborando en su formación.
No decir nunca "no es mi responsabilidad", y hacer lo mejor que se pueda en el empleo actual.... o buscarse otro
Consideramos que para generar valor agregado será necesario que dirigentes y especialistas hablen menos, hagan más, construyan organizaciones competitivas, sean pro activos y no reactivos. Y posean rendimiento positivo.
Bibliografía
Bibliografía: El Desafío del Liderazgo. Kim Kouzes y Barry Posner (Ed. Granica). Recursos Humanos Champion. Dave Ulrich (Ed. Granica). Gestión de Calidad. Miguel Udaondo Durán (Ed. Díaz de Santos). Calidad Personal. Clauss Moller (Ed. IMI). Recursos Humanos en la Argentina (Ed. Estrada).
Por: Azucena Bravo Zequeira*
(Nov 2007)
“La verdadera educación consiste en sacar a la luz lo mejor de una persona”
Gandhi
(M.P. González, E. Barrull. Biopsychology).
(Jere Brophy, La Enseñanza).
Autor: Hugo F. González
LIDERAZGO
Bibliografía: El Desafío del Liderazgo. Kim Kouzes y Barry Posner (Ed. Granica). Recursos Humanos Champion. Dave Ulrich (Ed. Granica). Gestión de Calidad. Miguel Udaondo Durán (Ed. Díaz de Santos). Calidad Personal. Clauss Moller (Ed. IMI). Recursos Humanos en la Argentina (Ed. Estrada).
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